Salió a comprar con su hijo de año y medio cuando el terremoto de magnitud 7,8 lo sorprendió en las calles de Pedernales. Eran las 18:58 del sábado 16 de abril. Al regresar a su casa para ver a su esposa, de 23 años, y a su hija, de 3, el edificio en el que vivían estaba ya en escombros. Nadie logró sobrevivir, cuenta.

Se quedó solo con su hijo en brazos y con la ropa que ambos tenían. Su vida, sostiene, cambió por completo. Además de las pérdidas familiares y materiales, su camaronera de 40 hectáreas tuvo afectaciones y, al inicio, su personal abandonó Pedernales por temor a los sismos.

Hoy, dice Francisco Muñoz, un productor de 35 años, ha gastado unos $ 40.000 solo en reconstruir su camaronera. Y aquel trabajo también le ayudó a mantener su mente ocupada, anestesiada, como él llama, de 06:00 a 19:00, durante los días posteriores al terremoto.

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“Tuve que sacar fuerzas psicológicas para darles seguridad a otras personas (convencer a sus trabajadores de seguir adelante) cuando me encontraba psicológicamente destruido”.

“Fue bastante duro, difícil. No hubo mucho tiempo ni para llorar porque había que enterrar a tus familiares y comenzar a trabajar, porque las propiedades estaban ahí, sembradas, con camarón, con producción, con balanceado. La gente corrió (empleados), hubo robos, desmanes, desorden”, cuenta.

Afirma que como necesitaba dinero inmediato para volver a trabajar fue a BanEcuador, en Pedernales, unos 20 días después del suceso, para solicitar el crédito de $ 20.000, pero le dijeron que no calificaba porque tenía otros créditos de sumas mayores en otros bancos.

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Ahí, asegura, prestó dinero a amigos y a la banca privada. El terremoto le dejó pérdidas económicas superiores a
$ 100.000, entre daños en su camaronera, la pérdida de su casa y enseres.

Agrega que tras el terremoto, además de la falta de personal hubo déficit de maquinarias para rehabilitar el negocio. Como tenía una retroexcavadora, él mismo comenzó a reparar los daños en muros y compuertas.

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Con su suegra, quien también perdió su casa, buscaron un alquiler en Cojimíes, donde ahora están alojados. Su mamá dejó Guayaquil para ayudarle con la crianza de su hijo. Dice que ahora que tiene más tiempo para recordar y pensar, siente más el vacío de sus familiares. Por eso ha buscado ayuda psicológica. (I)