Una de ellas tiene un nombre que habla de afectos: Querida; su hermana es Ángela y se apellidan Cedeño. Ambas se sientan a conversar cada tarde en una sala prácticamente vacía. Es una sala que no es la suya.

Una tarde de estas, Querida descansaba en el único sillón de la sala y Ángela sobre una silla de plástico junto a un par de muletas que le donaron y que le ayudan a caminar desde el terremoto del 16 de abril pasado. Ambas son parte de una familia que llegó a Santo Domingo de los Colorados procedentes de Pedernales, Manabí, donde el sismo derribó sus casas.

Al llegar se quedaron en un refugio para desplazados, pero vivían en una situación precaria, se mojaban cuando llovía, por ejemplo. Recuerdan que una mujer les ofreció prestarles una casa durante un año, algo que las emocionó. El inmueble había permanecido abandonado y no tienen servicio de agua potable o energía eléctrica y ahora viven ahí con catorce de sus familiares.

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Pese a las dificultades, estas hermanas se sientan a conversar y ríen por momentos. Sus reacciones son distintas a las de Ligia Loor, hija de Ángela, quien prefiere no hablar sobre la situación que enfrentan: “Todos vienen pero nadie hace nada por nosotros”, se limita a decir. En la vivienda que habitan hay cuatro cuartos sin puertas, las entradas están cubiertas por cortinas.

Ángela sufrió daños en una de sus piernas y no puede trabajar, mientras que Querida hace comida bajo pedido para tratar de sustentarse. El dinero no les alcanza y las necesidades aumentan. Uno de los hijos de Querida trajo su motocicleta para hacer fletes en Santo Domingo, pero no consiguió los permisos para realizar esa actividad y volvió a Pedernales.

Querida y Ángela nacieron en Chone, pero tienen todos sus recuerdos y vivencias en Pedernales, tierra que extrañan y a la que quieren volver. No se acostumbran al clima de Santo Domingo, y casi no salen.

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Contrario a ellas, Ligia y Shirley, quienes viven en el mismo sitio con sus parejas y sus hijos, quieren quedarse, pero piden ayuda para emprender alguna actividad económica. Los niños tienen miedo de volver a Pedernales y ya están estudiando en escuelas fiscales de Santo Domingo.

Shirley afirma que en Pedernales pagaba arriendo: “Entonces para qué vamos a volver si ya no hay nada allá y nosotros no tenemos propiedades”, dice.

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Después de estar en albergues o refugios de Santo Domingo, los damnificados optaron por escoger caminos distintos. Algunos se han quedado en el sitio al que llegaron inicialmente, pero otros han buscado una mejor suerte en distintos lugares de la provincia.

Gisela Bock, coordinadora del Centro de Orientación Especializado en el área psicológica (CORE) con sede en Quito, hizo un acompañamiento a los damnificados por el terremoto hasta el 6 de junio pasado. Afirma que las personas que dejan sus ciudades para migrar a otras provincias se deben enfrentar a una serie de dificultades que abonan a la precaria situación que les dejó el sismo: “Deben superar cuadros de ansiedad, de depresión, de desamparo, de abandono... La búsqueda de empleo les puede generar frustración, así como la división de la familia, no es fácil conseguir trabajo en una nueva ciudad. Hay que ayudarlos a que ellos encuentren sus fortalezas”. (I)