El premio nobel de la paz en 1987 por su labor a favor de la paz en Centroamérica, Óscar Arias, habló el jueves pasado sobre la crisis que aqueja a Venezuela ante la Asamblea de mayoría opositora al régimen de Nicolás Maduro:

“Desde mi experiencia en la negociación de los acuerdos de paz en Centroamérica, quisiera advertir sobre el altísimo costo que tendría sumirse en una guerra de trincheras. El pueblo venezolano ha demandado un cambio. El contenido de ese cambio implica una negociación en donde ambos bandos hagan concesiones. Para el Gobierno, esto puede implicar incluso el término anticipado de su mandato, según los mecanismos previstos en la propia Constitución Política. Pase lo que pase, hay que recordar que el test de un líder que ama a su pueblo es amarlo por encima del poder. Hay que reconocer que el modelo fracasó como ha fracasado en Europa Oriental, China, la Unión Soviética y rectificar.

Tenemos que ver las raíces de la crisis venezolana de hoy. Se excluyó al empresario privado de la agricultura, de la industria y el país que antes tenía recursos para importar lo que no producía, hoy no los tiene porque nunca diversificó la economía por depender exclusivamente del petróleo.

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Es cínico pretender ocultar la realidad. Es cínico dar explicaciones implausibles a las madres que apenas tienen alimento para sus hijos, a los hospitales que carecen de medicinas para sus pacientes, a los comercios que operan en los intervalos entre apagones eléctricos y racionamientos de agua. Es cínico hablar de conspiración internacional, de guerra económica, de inflación inducida, de sabotaje del sector privado, a quienes han sido testigos de primera mano de los errores y los abusos cometidos por las propias autoridades, y de los excesos en la implementación a ultranza de un modelo que ha fracasado en todas partes. No puede un gobierno decirle a su pueblo no confíes en lo que ves, sino en lo que te digo, porque nadie tolera que le obliguen a engañarse a sí mismo.

Hay algo importante para un sistema democrático que viene desde tiempos de Montesquieu (filósofo francés creador de la teoría de la separación de poderes en el siglo XVIII) que es una división muy clara entre Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Esas fronteras se han ido borrando y aquí en Venezuela lo estamos viendo en estos precisos momentos cuando el poder judicial quiere intervenir sobre decisiones del parlamento (Maduro impuso el decreto de emergencia económica por vía judicial tras el rechazo del Legislativo de mayoría opositora).

El sistema de pesos y contrapesos existe no solo para prevenir los abusos y respetar las libertades, sino también para garantizar un buen gobierno. Un régimen que concentra el poder no puede decir que le sirve al pueblo porque remueve, por ese acto, el control de calidad de la gestión pública. Servirle al pueblo es someterse a su escrutinio, es ser interpelado y rendir cuentas. La transparencia no tiene signo político. Ser transparente es de demócratas, de la izquierda o de la derecha.

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No hay soberanía en los anaqueles vacíos..., en la desesperanza de quienes han visto evaporarse, con la inflación, los ahorros de toda una vida”. Óscar Arias, Premio Nobel de la Paz 1987

Revertir la concentración del poder que durante años ha venido operando en Venezuela es un requisito sine qua non para la recuperación. Para combatir la delincuencia, se requieren fuerzas de seguridad al servicio de la ley y no de alguna tendencia política. Para generar certeza jurídica, se requiere un sistema de administración de justicia absolutamente independiente.

Partamos de la más elemental honestidad: Venezuela atraviesa actualmente una emergencia humanitaria que es consecuencia directa de políticas públicas equivocadas; de una estructura endógena en donde la riqueza se ha esfumado entre la corrupción y la ineficiencia.

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Prolongar la situación actual es, en el mejor de los casos, empujar una utopía fenecida, y, en el peor, aferrarse al poder por el poder, y proteger canonjías a costa del bienestar de millones de ciudadanos. Venezuela no puede esperar meses, ni siquiera semanas, para corregir las distorsiones en los precios, las distintas tasas de cambio que enriquecen a unos pocos empobrecen a la mayoría, las subvenciones irracionales, y en particular las limitaciones al derecho a la propiedad y al ejercicio de la actividad económica.

Durante casi dos décadas, este país siguió un espejismo a través del desierto. Hoy ha dejado de llover maná del cielo. Y, sin embargo, el chavismo insiste en señalar en la dirección del delirio y la entelequia. Nunca como ahora es necesario encontrar la senda entre la arena”. (I)