La comunidad científica internacional dio en 2007 un dato que los 7.200 millones de personas que habitan la Tierra han de tener en cuenta: 2 °C. Ese es el tope de aumento de temperatura que el planeta no debería exceder para poder soportar los impactos globales por el cambio climático, considerando como línea base el indicador previo a la era industrial.

“Desafortunadamente, para no pasar ese límite estamos en serios problemas. La atmósfera no puede recibir más de 2.900 gigatoneladas de dióxido de carbono para mantenernos en esos 2°; sin embargo, de 1830 a 2011 ya hemos emitido casi tres cuartas partes de esa cantidad... quedan solo casi mil gigatoneladas por emitir, estamos emitiendo 50 gigatoneladas por año en promedio. En 25 años vamos a concretar ese presupuesto y de, ahí en adelante, si no podemos pasar de 2°, nadie debería emitir dióxido de carbono. Y eso va a ser muy difícil de lograr”.

La evaluación y la advertencia la hace Walter Vergara, uno de los autores del informe ‘Cero Carbono en América Latina para el año 2050’ del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), que se presentará durante la COP21 en París, y que esta semana participó en Panamá en un seminario para dar a conocer algunos datos de este estudio.

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El documento advierte que, de cumplirse las proyecciones de consumo de este presupuesto, se requeriría la descarbonización total de la economía global. Una condición que se plantea como indispensable y urgente.

Hace 43 años, en 1972 en Estocolmo, cuando Naciones Unidas organizó la primera conferencia, denominada del Medio Humano, se analizaron los efectos sobre el hábitat humano del modelo de desarrollo global.

“El hombre es a la vez obra y artífice del medio que lo rodea, el cual le da el sustento material y le brinda la oportunidad de desarrollarse... En la evolución de la raza humana en este planeta se ha llegado a una etapa en la que, gracias a la aceleración de la ciencia y la tecnología, el hombre ha adquirido el poder de transformar, de innumerables maneras y en una escala sin precedentes, cuanto lo rodea. Los dos aspectos del medio humano, el natural y el artificial, son esenciales para su bienestar y para el goce de sus derechos fundamentales, incluso el derecho a la vida misma”.

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Se trata del primer artículo de la llamada Declaración de Estocolmo en la que participaron 113 países, entre esos Ecuador, en una Organización de Naciones Unidas integrada entonces por 132 miembros. También lo suscribió Estados Unidos, actualmente el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero (registra casi el 20% de las emisiones de CO2 per cápita).

Esa proclama advertía también que, aplicando errónea o imprudentemente (ese poder del hombre), puede causar daños incalculables a sí mismo y a su medio. “A nuestro alrededor vemos multiplicarse las pruebas del daño causado en muchas regiones de la Tierra: niveles peligrosos de contaminación del agua, el aire, la tierra y los seres vivos; grandes trastornos del equilibrio ecológico de la biosfera; destrucción y agotamiento de recursos insustituibles...”.

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Eran los años setenta, en cuyos inicios culminó la “edad de oro del capitalismo”, ante el empuje industrial tras la Segunda Guerra Mundial, y época en la que la economía global dependía casi absolutamente de los combustibles fósiles.

Pero también fue la del desarrollo de un movimiento social verde que ya se manifestaba en las calles, o que revelaba para el mundo, a través de la televisión ya masificada, secretos de las profundidades del océano y de la importancia de sus recursos de la mano del naturalista francés Jacques Costeau, promotor de la protección del planeta. O de series de televisión infantil como La gran esfera azul, que permitía a los niños de aquella generación conocer las realidades de niños de otros lugares del mundo y de sus entornos naturales.

Se nos invita a cambiar las costumbres y los patrones de consumo y los de producción, vigentes desde hace 100 y 150 años, que ya no son sostenibles”. Christiana Figueres, Secretaria de Naciones Unidas para el Cambio Climático

En 2015, el objetivo de la reunión de París es lograr un acuerdo para disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, para así limitar el calentamiento climático a aquellos 2° hasta el año 2100.

¿Será posible descarbonizar totalmente la economía global como plantea el informe del Pnuma?

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En Estados Unidos, el presidente Barack Obama ha encabezado una postura voluntarista sobre el clima (plan de reducción de las emisiones de centrales eléctricas a carbón, oposición al proyecto de oleoducto gigante entre Canadá y su país).

En casa, los ultraconservadores estadounidenses, respaldados por los poderosos lobbies del petróleo y del carbón, rechazan la ciencia y las iniciativas de Obama en materia de medio ambiente, aunque no han logrado bloquearlas.

Los candidatos republicanos a las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos niegan o relativizan el papel que han jugado los humanos en el calentamiento global. También rechazan toda medida de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero que, según ellos, limitaría la economía estadounidense y le daría ventaja a China, el principal emisor mundial de dióxido de carbono.

China, por su parte, ha prometido que sus emisiones de dióxido de carbono llegarán a su punto máximo en 2030, pero no ha dicho cuánto subirán antes de esa fecha. Este país está expuesto a riesgos climáticos (inundaciones sobre todo) y a enormes fenómenos de contaminación del aire causados por sus generadoras eléctricas a carbón.

India, el cuarto emisor de gases de efecto invernadero y segundo país más poblado, aún debe construir numerosas infraestructuras y dar acceso a electricidad a 300 millones de personas. Se niega a comprometerse a una fecha para el pico de sus emisiones y reclama una ayuda tecnológica y financiera para poder optar por energías verdes en sustitución del carbón. Tampoco acepta la mención de un objetivo a largo plazo de “descarbonización de la economía” que implique su abandono progresivo de las energías fósiles.

Arabia Saudita, miembro del G20 y primer exportador de petróleo, al igual que los demás países petroleros, quiere evitar poner en peligro a su economía, basada en este recurso. Rechazan la “descarbonización” de la economía mundial que daría una señal clara a empresas e inversionistas y reclaman transferencia de tecnologías.

En América Latina, Brasil y México son los principales emisores de gases de efecto invernadero en una región rica en biodiversidad, vulnerable al cambio climático y que solo representa el 9% de las emisiones globales. Llega con posturas variadas a la COP21: desde la promesa de Costa Rica de alcanzar la neutralidad de carbono en 2021 a las reticencias de Venezuela, país petrolero que no presentó compromiso nacional y encabeza la Alianza Bolivariana ALBA, que reclama una “justicia climática”. Brasil llega con la promesa de reducir sus emisiones un 37% para 2025. Colombia y México presentaron compromisos que están dispuestos a mejorar si reciben ayuda para proyectos climáticos. (I)