Una tras otra golpean levemente las olas a orillas del mar Mediterráneo en el pálido rostro de un niño que yace boca abajo, muerto en la playa de Bodrum, Turquía. Las tibias aguas apenas mueven el corto cabello castaño obscuro y los brazos del pequeño que viste camiseta roja, pantaloncillo azul y zapatos negros sin medias.

Son las seis de la mañana del 2 de septiembre último. Aquel no era el único cadáver sobre esta larga playa a la que más tarde llegarían turistas. Un policía turco observa con atención el cuerpo del niño, quien junto a su madre y hermano, ambos también fallecidos, buscaban llegar a la costa de Kos, en Grecia.

Una escena captada en video y en una fotografía que se difundió por los servicios turcos de agencias de noticias. En poco tiempo se conocía que “el niño de la playa” que estremecía al mundo se llamaba Aylan Kurdi, que tenía 3 años y que era sirio, nacionalidad a la que pertenecen la mayor parte de las 2.500 personas muertas en ese mismo mar entre enero y julio de 2015, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Todos murieron al intentar llegar a Grecia o Italia en precarias embarcaciones sobrecargadas de personas que huyen de la violencia y pobreza de sus países.

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Abdulá Kurdi, padre de Aylan, reconoció el cadáver del niño que tan solo horas atrás se le había escapado de las manos mientras viajaban, sin chalecos salvavidas, en uno de los dos botes inflables que se viró 30 minutos después de haber zarpado de costas turcas. Él fue uno de los 12 sobrevivientes de la tragedia y el único que se salvó de la familia Kurdi: su hijo mayor, Galip, de 5 años, y su esposa, Rehan, de 35, también murieron.

El plan de los Kurdi era llegar a algún país de la Unión Europea (UE) para de ahí intentar ir hacia Canadá, país que en junio último les negó el asilo. La hermana de Abdulá insistía en que se revocara la decisión.

Aylan y su familia escapaban, no solo del temor y el hambre generados por una guerra civil en Siria, iniciada en el 2011, que busca la salida del poder de Bashar al Asad, sino también de la violencia en su natal Kobani, ciudad kurda ubicada en el norte de Siria, que es controlada por el grupo terrorista de origen yihadista Estado Islámico (EI).

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Los casi cinco años de violencia en Siria –revelan datos de la Acnur– han provocado la muerte de 310.000 personas y el desplazamiento interno y externo a países vecinos del 65% de los 17 millones de habitantes que aproximadamente tenía Siria.

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Aunque no es nueva la llegada a la UE de sirios, afganos, iraquíes, eritreos... que huyen de las bombas terroristas y las muertes religiosas y el hambre que generan guerras intestinas en sus países, las alarmas de que sucedía algo anormal en la frontera sur de la UE se encendieron solo cuando en abril último un barco pesquero se hundía con cerca de 700 personas en su interior.

La nave pretendía llegar a la isla griega de Lampedusa con personas que buscaban refugio, pero malas condiciones mecánicas y la sobrecarga humana hicieron perder potencia a la máquina. Era medianoche, estaban a 190 km de su destino y no tuvieron ayuda de guardacostas.

El pago de $ 1.000 y $ 2.500 a traficantes por el viaje no garantiza a nadie ni la llegada a puerto seguro, ni chalecos salvavidas.

Los ocupantes de la embarcación, que llevaba dos días en el mar, con gritos y luces llamaron la atención de un barco pesquero portugués que pasaba.

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La nave, para dar auxilio, se colocó junto a la otra, pero la desesperación del grupo hizo que todos se agolparan en un solo lado del barco dañado, provocando que se virara. Solo 28 personas fueron rescatadas con vida, el resto aparecieron muertas en costas griegas o no se las halló.

De Eritrea, la falta de libertad religiosa y de expresión es la razón para salir; en Somalia, una guerra de 24 años obliga a su gente a huir a otros países; de Nigeria, sus habitantes salen por temor a ser secuestrados o asesinados por el grupo fundamentalista de Boko Haram...

Los meses siguientes, los reportes de barcos y botes hundiéndose con cientos de personas en el mar Mediterráneo y en el Egeo no paraban de llegar a Europa, pero la atención ahora se llevaba a tierra, pues quienes lograban pisar territorio Schengen, de libre tránsito en la UE, buscaban ir hacia el oeste por la ruta de los Balcanes (Macedonia, Serbia y Hungría) para pedir asilo en países de buenas condiciones económicas como Alemania o Suiza.

La Agencia Europea de Fronteras (Frontex) ha señalado que las 340.000 personas que han llegado a la UE, básicamente desde Siria y Afganistán, entre enero y julio, triplicaron al número que ingresó en el mismo periodo de 2014. Solo el pasado julio llegaron 107.500 personas, cantidad que superó a la del 2013.

Los no esperados efectos del exponencial incremento en el flujo de personas han evidenciado vacíos en la acogida de refugiados y la política migratoria de la UE, sostiene Pier Pigozzi, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad San Francisco de Quito.

Pigozzi cree que a “Europa le están alcanzando los efectos de realidades a las cuales en algún momento les dio la espalda”.

Niños durmiendo sobre cartones en albergues improvisados afuera de estaciones de tren en Macedonia, hombres que dejaban ropas y piel al tratar de pasar una frontera húngara resguardada por tres pisos de alambres de púas, 71 cuerpos de sirios y afganos asfixiados hallados dentro de un camión por evadir a la policía austriaca, son muestra de una crisis migratoria solo comparable con la generada en la II Guerra Mundial.

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En Occidente es inentendible por qué miles de hombres y mujeres con niños en brazos se echan al mar en destartalados barcos sobrecargados, caminan jornadas de 10 horas bajo temperaturas de 36 °C o se entregan a bandas traficantes de personas con el fin de llegar a Europa.

Pero esos riesgos parecen ser justificables para quienes huyen de una Afganistán en la que, según Amnistía Internacional, solo en el 2014 hubo cerca de 10.000 muertos en un conflicto bélico que lleva más de una década o en la que existe el riesgo constante de una detención arbitraria por parte de extremistas talibanes, que controlan buena parte del país, que niegan a los sospechosos el debido proceso y hasta aplican penas de muerte.

En zonas de Oriente Medio como Irak y Siria, el panorama de derramamiento de sangre responde también a la violenta persecución religiosa del grupo extremista ISIS (Estado Islámico de Irak y Siria, por sus siglas en inglés), que ha provocado el desplazamiento de millones de personas en los últimos años.

Para Antonio Gutierres, principal de la Acnur, somos “testigos de una caída descontrolada hacia una era en la que la dimensión del desplazamiento forzado, así como la respuesta necesaria, eclipsa totalmente cuanto habíamos visto hasta ahora”. (I)

340
Mil personas han ingresado entre enero y julio de 2015 a la Unión Europea. Las costas de Grecia e Italia han sido las más usadas para los arribos.