Los primeros cadáveres desnudos aparecieron a mediados de enero de 1985. Algunos tenían señales de estrangulamiento y heridas de puñal, otros se hallaron en estado de descomposición o sin piel, osamentas dispersas en las entonces áreas boscosas y desoladas de Colinas de los Ceibos y, principalmente, en el tramo del km 8 al 24 de la vía a Daule, en Guayaquil.

Hace treinta años, la ciudad se preparaba para la visita del papa Juan Pablo II al país, del 29 de enero al 1 de febrero. Las autoridades y la Iglesia se concentraban en la agenda religiosa del papa, mientras las primeras noticias de la desaparición de niñas y jóvenes mujeres alteraban la paz en los hogares.

Desde el centro de Guayaquil emergía silenciosamente un violador y asesino en serie que luego de su detención en Quito, el 26 de febrero de 1986, confesó la muerte de 71 mujeres en el país y con ello provocó heridas que siguen abiertas entre decenas de familiares de víctimas.

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Se trataba del colombiano Daniel Camargo Barbosa, de 55 años, quien había llegado al Ecuador el 5 de diciembre de 1984, tras escapar en canoa de la cárcel de máxima seguridad de la isla Gorgona, al oeste de la costa de ese país, donde había cumplido 10 de los 25 años de sentencia por la violación y muerte de una niña.

‘Rapto de menor se investiga’, ‘Se busca a sádicos por asesinato’, ‘Un monstruo está operando en la ciudad’ se leía en las páginas de los periódicos de la época y agencias extranjeras de noticias daban cuenta de macabros hallazgos de grupos de hasta 23 cadáveres en la vía a Daule. La conformación de un escuadrón volante se anunciaba en julio de 1985, durante el gobierno de León Febres-Cordero, y las autoridades dotaban de escopetas y cartuchos a la Policía para dar seguridad. Varias denuncias daban cuenta de raptos hechos en carros lujosos, mientras la Defensa Civil, organismo encargado de brindar atención en caso de desastres, pedía que los planteles elaboraran planes de evacuación y el entonces Servicio de Investigación Criminal (SIC) sugería a las jóvenes “vestir con recato para disminuir la tentación de raptos y violaciones”.

“Había una conmoción en toda la ciudad y el país, de diez escuelas nocturnas nueve habían cerrado clases”, recuerda Édgar Salazar Vera, el juez que tomó la declaración de Camargo y lo procesó por los delitos de secuestro, violación y asesinato.

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En los catorce meses que Camargo estuvo libre en el país victimó a mujeres de entre 18 y 22 años, según confesó a las autoridades, a quienes guió hasta donde había abandonado los cuerpos. A todas las persuadía de que lo acompañaran a entregar dinero a un pastor evangélico que tenía una empresa de plásticos en la vía a Daule.

Su aspecto envejecido, de estatura mediana, delgado, su voz pausada y con la Biblia en las manos, despertaba confianza en las jóvenes. “Parecía un señor indefenso, muy tranquilo, calmado; insistía (que lo acompañara), pero no por la fuerza, inspiraba lástima”, dice María Alexandra Vélez, quien estuvo a punto de seguirlo. Cuando lo detuvieron, vio su imagen en televisión y acudió a presentar su acusación en una declaración judicial.

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Camargo recibió una sentencia de 16 años de prisión, la máxima pena hace treinta años, en medio de la indignación de familiares como Abraham Calvache, cuya hermana fue una de las víctimas del violador.

“La sentencia fue irrisoria, no había el sistema acumulativo de penas ni la pena máxima de 26 años”, lamenta Calvache, entonces representante de más de un centenar de familiares de jóvenes violadas por Camargo.

Actualmente, el delito de violación en el país se castiga con prisión de 19 a 22 años, y si se produce la muerte, la pena llega a 26 años, según el Código Orgánico Integral Penal, dado en el 2014. La acumulación de penas tiene un máximo de 40 años.

Pese a las sanciones, no ha disminuido el número de violaciones. Según la rendición de cuentas del Ministerio de Coordinación de Seguridad, hubo un aumento leve en el 2014.

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No obstante, el presidente del Consejo de la Judicatura, Gustavo Jalkh, asegura que un caso como el de Camargo no puede volver a ocurrir en el país. “Eso fue parte también de un sistema judicial indolente.., ahora se investigan las desapariciones”.

El año pasado se reportaron 4.592 personas desaparecidas. Según datos del Ministerio del Interior, el 91% de los casos se resolvió, mientras que 116 personas aparecieron sin vida.

En Ecuador no hay cadena perpetua ni pena de muerte. Pero sí, explica Jalkh, el Código Penal contempla medidas de seguridad posteriores al cumplimiento de la pena para monitorear perfiles peligrosos para la sociedad, como el seguimiento regular y el sometimiento a tratamiento psicológico y clínico.

De los 16 años de la sentencia, Camargo cumplió 14, pues la justicia le redujo dos por buena conducta. Cuando estaba a menos de seis meses de recuperar su libertad fue asesinado en la celda 14 del pabellón B del penal García Moreno, a donde había pedido que lo trasladaran por su seguridad. “A pesar de todo, no merezco la muerte”, le había dicho el asesino al juez Édgar Salazar un día antes de rendir su declaración en Guayaquil.

Su muerte, sin embargo, no desapareció la estela de dolor entre quienes perdieron a sus familiares o estuvieron a punto de convertirse en víctimas. Treinta años después, Beice Espinoza, por ejemplo, recuerda el hecho como si hubiera sido reciente. Su voz se quiebra, suda profusamente y los ojos se enrojecen mientras narra con exactitud los diálogos que tuvo con el violador cuando buscaba internarla en el km 24 de la vía a Daule.

Y Abraham Calvache reclama las memorias de Camargo “para buscar ahí la verdad que dé luz a otras víctimas no identificadas”. Aún le duele. Intenta ser fuerte, respira hondo y para no llorar se queda en silencio. (I)

‘‘La sentencia (de 16 años de prisión) fue irrisoria. En aquella época no había en el país el sistema acumulativo de penas ni la pena máxima de 26 años”. Abraham Calvache, afectado.

Beice Espinoza: ‘Le dije suélteme, hasta aquí yo lo acompaño’

Beice Espinoza Vera acompañó durante tres horas y media a Daniel Camargo Barbosa. Juntos abordaron dos buses y se arriesgó a forcejear con él para escapar de un lugar desolado en el km 24 de la vía a Daule, adonde la llevó con el engaño de entregarle dinero a un pastor evangélico en una fábrica de plásticos.

Eran las dos de la tarde de un viernes de enero de 1986. Beice, de entonces 24 años, salía del mercado central de Guayaquil, antes había asistido a una misa en la iglesia San Francisco. “Un señor viejito, sucio, con doble camisa, cargaba unas botas pesadas, me preguntó dónde queda el Tenis Club, le dije que se vaya largo por la 9 de Octubre, me dijo: ‘No, me han dicho que por aquí roban’”.

Beice, quien era entonces maestra voluntaria, leía la Biblia y participaba de actividades de beneficencia, decidió ayudarlo. “Me llevó por la calle Aguirre y Tungurahua, me dijo que lo espere, que lo acompañe al parque Guayaquil, que ahí cogemos un carro, unos azulitos, me insistió, entonces le acompañé en la Pascualeña, porque me dijo que iba al km 14 y medio, le dije que hasta ahí conocía”.

Se bajaron a la entrada de Pascuales. Camargo caminaba adelante.

Abordaron otro bus, un carro pequeño de color azul. Por un camino desde el que se podía ver a lo lejos una cancha de golf, recuerda Beice, le dijo que no, que hasta ahí lo podía acompañar. “Quería llevarme hacia una lomita, le dije por ahí no es, yo no camino por ahí, me dan miedo las culebras. Entonces, me cogió del brazo duro, le dije déjeme, suélteme, me vino un frío en los pies, le dije no, señor, yo hasta aquí lo acompaño, me voy”. Eran las cinco y media de la tarde cuando Beice se pudo soltar y, sin zapatos, alejarse corriendo. A la distancia miraba a Camargo rascarse la cabeza.

Semanas después lo reconoció en televisión y con su madre acudió a poner la denuncia. La Policía se lo puso enfrente para que lo identificara. “Él todavía quiso darme la mano, saludarme. Todavía tiene el cinismo de saludarme después que quiso subirme a esa loma. No, yo no le hice nada, me dijo”.

Un año después, Beice se casó. Actualmente tiene dos hijos y vive en la Prosperina. “Dios estuvo ahí, siempre conmigo, no me abandonó. Camargo no me persiguió, se quedó tranquilo. Dios, eres tan milagroso, por ti estoy viva”, agradece.

Abraham Calvache: ‘Encontramos solo osamentas, nada de piel’
Abraham Calvache Molina trabajaba en Nueva York cuando el 19 de diciembre de 1985 recibió una llamada de su madre: “Hijo, vente, Priscila no aparece”.

“Esperemos hasta Navidad”, sugirió Abraham, pero su madre le insistió tanto que él no tuvo opción. “Regresé a Ecuador con $ 1.400 en los bolsillos... Que aparecía un cadáver en Ambato, Quevedo, Babahoyo, allá estábamos viendo si era el nuestro, agoté todos mis recursos ahorrados”, recuerda hoy Abraham desde un espacio de su casa en la cooperativa Balerio Estacio, en el norte de Guayaquil.

Daniel Camargo Barbosa fue detenido en febrero de 1986. Abraham, entonces vicepresidente de la Asociación de familiares de jóvenes y niños desaparecidos en el caso Camargo, pidió al entonces jefe del Servicio de Investigación Criminal, Hólguer Santana, tener una entrevista con el acusado.

En presencia de Abraham, Camargo relató con detalles lo que pasó con Carmen Priscila, de 19 años: “La conocí por las calles contiguas al parque Victoria, iba vestida con jean, el color de la blusa no la recuerdo ni el de los zapatos. Cuando iba por el mercado Central, la abordé y la persuadí para que me acompañara a entregar el dinero. Ella aceptó y caminamos hasta el Malecón Simón Bolívar y tomamos el autobús número 9 al parque Guayaquil. En dicho parque buscamos la iglesia, pero por supuesto no la encontramos, porque no existía.

Le dije que el pastor era de Estados Unidos y que se llamaba George Wilches..., entramos en el bosque y le dije: “Señorita, yo no vine a entregar ningún dinero, yo la traje a usted porque la vi y me gustó, y deseo hacer el amor con usted. No trate de correr ni de gritar porque estoy armado”.

Tras la entrevista, Camargo señaló el sitio donde se hallaban los restos de Carmen Priscila, lugar al que más tarde acudió Abraham junto a varios amigos y parientes.

“En una ladera, en un área de 30 metros, encontramos solo osamentas, nada de piel”, recuerda Abraham, y se quiebra. “Siempre que me tocan este tema termino llorando, es como si viviera la experiencia..., lo más triste es llevar un recuerdo de esta naturaleza el resto de la vida, es denigrante. Cómo serían las noches de mi madre si las mías, que soy hombre, eran amargas, tristes, me acostaba llorando, me levantaba llorando, no dormía..., todavía no termino de recuperarme”.

María Alexandra Vélez: ‘No era plan de Dios que vaya con Camargo’
Cuando detuvieron a Daniel Camargo Barbosa, a María Alexandra Vélez le llegó una notificación judicial para que acuda a rendir la declaración que permita identificarlo como el mismo hombre que una tarde de febrero de 1986 se le acercó a pedirle que lo acompañara a entregarle dinero al pastor de una iglesia evangélica. Entonces, ella tenía 20 años, estaba recién casada y trabajaba en la Editorial Planeta, ubicada en el edificio Induauto, av. Quito y 9 de Octubre.

“Cuando regresaba de mi hora de almuerzo, no sé ni dónde ni cómo, yo ya tenía enfrente mío a este señor, me dijo: niña, necesito que me ayude, tengo que entregar un dinero a una iglesia que están construyendo en la Ferroviaria, necesito que usted me acompañe”, recuerda.

Aunque ella le recomendaba tomar un taxi o pedirle ayuda a un vigilante o un policía, Camargo seguía insistiendo. “Él quería a toda costa que yo lo lleve; le dije que no, que recién había entrado a trabajar, que no podía faltar, pero me dijo que no me preocupe, que me pagaba el día, él por todos los medios quería que yo lo acompañe”, cuenta María Alexandra la semana pasada detrás de su negocio familiar de ropa deportiva en el centro de Milagro.

La apariencia de Camargo le inspiró lástima, dice. Vestía ropa muy sencilla, un bolso pequeño y llevaba una Biblia en la mano. Ella pensó en ayudarlo.

“En ese momento, pasó una compañera y me dijo vamos, vamos, yo tomé sus palabras como «cuidado, no hables con extraños», eso me haló un poquito más, entonces le dije: Sabe qué, le voy a decir al conserje que él lo acompañe, se lo presenté y le dije que le dé para la colita, que él lo iba a llevar”, recuerda claramente.

Cinco minutos después llegó el conserje. Camargo había rechazado su ayuda. “Quince días después vi en las noticias que habían detenido a Camargo, ahí lo reconocí, fue un shock”, dice María Alexandra, hoy madre de tres hijos profesionales.

“No estaba en los planes de Dios que vaya ese día con Camargo. Estoy agradecida con Dios”, dice ella mientras mira a su familia. Al mismo tiempo aconseja a las jóvenes: “Les digo a las chicas que tengan cuidado con las personas que hablen, muchos se pintan como ovejas y no lo son, que sean un poquito más cuidadosas”.