En el oriente, el negocio de la madera amenaza a la selva

“De ese arbolito he tratado de vender unas 100 tablitas y el sobrante voy a dejar para la casa. Bueno, pero cuando hay necesidad, de urgencia corto 100 o máximo 200 tablas y vendo”.Cuando Luis Andi, un comunero quichua de Orellana, habla de “necesidades” dentro de la investigación sobre el aprovechamiento de la madera en la Amazonía ecuatoriana, realizada por el Centro Internacional para la Investigación Forestal (Cifor), se refiere a resolver problemas de salud, educación, alimentación y vivienda, a partir de la tala y venta, muchas veces informal, de un promedio de cuatro árboles al año.La madera en la Amazonía ecuatoriana se ha convertido en una parte importante de la economía de los pequeños productores, también llamados finqueros. Así lo concluye Elena Mejía, miembro del proyecto Proformal en Ecuador, que apoyó, por más de dos años, a la investigación del Cifor.El bosque y el dinero que puede generar la tala, dice Mejía, funciona para estas personas como una “salvaguarda” frente a los considerados “cambios bruscos” en sus realidades, como enfermedades o compras urgentes. La investigadora cree que se debe dejar de pensar en la Amazonía como un lugar que está vacío y verla como una zona en la que subsisten complejos sistemas productivos que solventan necesidades.Pese a que el trabajo asalariado dentro y fuera de la finca es el principal ingreso en la zona, la investigación del Cifor, realizada entre el 2011 y 2013, mediante entrevistas a 246 familias de 21 comunidades indígenas y colonas de las provincias de Napo y Orellana, revela que entre el 64% y el 74% de los hogares consultados recibieron ingresos por venta de madera entre el 2004 y el 2012. En el 2013 este porcentaje bajó al 53% de hogares.Pablo Pacheco, investigador principal del Cifor, afirma que la contribución de los bosques a las economías familiares de estas zonas puede alcanzar un promedio del 16%. Pero ese porcentaje puede variar, ya que hay casos en los que los ingresos por venta de madera representan hasta el 50% de la economía familiar.La falta de oportunidades en la Amazonía es la que, según Eduardo Pichilingüe, coordinador del Observatorio de Derechos Colectivos del Ecuador, lleva a que sus habitantes vean en sus bosques nativos la oportunidad de tener recursos inmediatos.Para Andi, el corte de un árbol le ha significado la posibilidad de resolver una enfermedad de sus hijos, la compra de comida, la adquisición de útiles escolares o insumos para mantener sus herramientas de trabajo.La oferta maderera en el Ecuador, de acuerdo con el estudio, proviene de plantaciones forestales de la Costa y Sierra (65%); de sistemas agroforestales, formaciones boscosas que se reconstituyen naturalmente y otras, como los bosques de conversión legal (que reemplazan bosque nativo por cultivos), localizados en Costa y Sierra (23%). Otros tipos de madera se extraen de bosques nativos de la Costa y Amazonía (12%).Datos del Ministerio del Ambiente indican que en el 2011 la entidad autorizó a nivel nacional la extracción de 2,8 millones de m³ de madera, pero esta solo registró la movilización de 2 millones de m³. La Costa, con 49%, fue la región que mayor volumen de madera movilizó; le siguió la Sierra (38%) y la Amazonía ( 12%), aunque hay un comercio ilegal que no consta en cifras oficiales.La búsqueda de mayores ingresos con la explotación maderera en la Amazonía ha llevado a no legalizar las extracciones, por cuestiones burocráticas, tiempos o costos, según la investigación, y a integrar a la mujer a este negocio.Cifor evidenció que en cinco comunidades quichuas de Orellana y Napo la mujer pasó de dedicarse al cultivo y los quehaceres de la casa a ser una trabajadora más en las actividades de aprovechamiento forestal.Acarrear en hombros tablas y tablones, manejar mulares de carga, ayudar a trazar y delimitar los cortes en los troncos, están dentro de las nuevas tareas de la mujer. Lo que aún se le tiene negado es participar en la venta de madera o negociar con intermediarios.Cifras del Cifor señalan que de las seis provincias amazónicas, Sucumbíos y Orellana son las que más madera han aprovechado, principalmente de sistemas agroforestales y bosques nativos llenos de madera dura para la industria del mueble y pisos, como laurel o el seique; además de especies blandas para la industria del contrachapado y la construcción, donde se usan especies como el doncel, zapote o coco.Pacheco califica a Ecuador como un “caso especial” dentro de la región, en lo que respecta a la demanda de madera venida de bosques nativos. El investigador afirma que esta no proviene de otros países sino que está regida por una necesidad interna de obtenerla para áreas como la construcción.El 50% de las especies de madera más comerciales provienen de bosques nativos, apunta la publicación del Cifor.El impacto económico de la extracción de madera, formal e informal, en la economía de los finqueros es cada vez más evidente, apunta Natalia Bonilla, de la ONG Acción Ecológica.Para la ambientalista, la presión de la demanda por especies maderables originarias de bosques nativos se ha trasladado, en los últimos diez años, desde Esmeraldas hacia la región Amazónica, donde predominan este tipo de bosques.Esta presión, alerta Bonilla, no se está dando, por ejemplo, para ubicar cultivos de subsistencia sino para la implantación de sistemas agrícolas de aprovechamiento industrial, como la palma africana. Esto significaría no solo el empobrecimiento del suelo, como estaría ocurriendo en Esmeraldas, sino la pérdida de territorios productivos, que hoy son aprovechados por finqueros.Cree que el Estado debe plantear alternativas productivas que eviten la depredación del bosque nativo amazónico.

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