Las débiles y amarillentas cañas de maíz parecen centinelas cansados en uno de los límites del campo de Dennis Von Arb aquí.

En un día ventoso esta primavera, su vecino roció glifosato en sus campos, y parte del herbicida voló al maíz cultivado convencionalmente de Von Arb, matando a las primeras hileras.

Sin embargo, él está más preocupado por el suelo. Durante las lluvias fuertes en el verano, lo que se escurrió de la granja de su vecino empapó sus campos con agua cargada de glifosato.

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“Todo lo que uno pone en la tierra afecta a la química y la biología de la tierra, y ese es un pesticida poderoso”, dijo Von Arb.

Pero 32.2 kilómetros carretera abajo, Brad Vermeer resta importancia a esas inquietudes.
Él cultiva maíz y soya modificados, o biotecnológicos, en unas 607 hectareas y estima que su producción caería en 20 por ciento si cambiara a cultivos convencionales y dejara de usar glifosato, conocido por marcas como Roundup y Buccaneer.

En suma, simplemente es demasiado rentable para renunciar a ello.

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“Los agrónomos locales están empezando a decir que tenemos que abandonar el Roundup”, dijo Vermeer. “Pero van a tener que demostrarme que la genética convencional puede producir el mismo ingreso”.

Las diferencias locales en torno al glifosato están avivando el antiguo debate sobre los cultivos biotecnológicos, que actualmente representan aproximadamente 90 por ciento del maíz, la soya y las remolachas cultivados en Estados Unidos.

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Aunque los reguladores y muchos científicos dicen que los cultivos biotecnológicos no son diferentes de sus primos convencionales, a otros les preocupa que estén dañando al medio ambiente y a la salud humana.

La batalla está siendo librada en las urnas, con las iniciativas incluidas en las boletas que requieren que se etiqueten los alimentos genéticamente modificados; en los tribunales, donde los abogados quieren revocar patentes sobre semillas biotecnológicas; y en los estantes de los supermercados que contienen productos que promueven ingredientes cultivados de manera convencional.

Ahora, algunos agricultores están analizando de cerca su suelo.

Primero patentado por Monsanto como herbicida en 1974, el glifosato ha ayudado a revolucionar la agricultura haciendo más fácil y más barato cultivar cosechas. El uso del herbicida ha crecido exponencialmente, junto con los cultivos biotecnológicos.

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Sin embargo, el uso generalizado está provocando algunas preocupaciones.

Los críticos señalan, en parte, la aparición de la llamada supermaleza, que es más resistente al herbicida. Para combatirla, los agricultores en ocasiones tienen que rociar el herbicida tóxico dos o tres veces durante la temporada de cultivo.

Luego está la sensación del suelo. La tierra en dos campos alrededor de Alton donde se cultivaba maíz biotecnológico era dura y compacta. Arrancar las cañas de maíz del suelo con una pala era difícil, y cuando las plantas finalmente salían, sus raíces estaban atrapadas en un trozo de tierra. Una vez liberadas, las raíces se extendían planas como un abanico y estaban tachonadas con unos cuantos nódulos, los cuales son críticos para el intercambio de nutrientes.

En comparación, el maíz convencional en campos adyacentes podía ser arrancado del suelo a mano, y la tierra con consistencia de café molido y húmedo caía fácilmente de las nudosas raíces de las plantas de maíz.

“Como el glifosato penetra en el suelo desde la planta, parece afectar la rizosfera, la ecología alrededor de la zona de las raíces, lo cual a su vez puede afectar la salud de la planta”, dijo Robert Kremer, un científico del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés), que ha estudiado el impacto del glifosato en la soya durante más de una década y ha advertido del impacto del herbicida en la salud del suelo.

Como el microbioma humano, los sistemas de raíces de las plantas dependen de un complejo sistema de bacterias, hongos y minerales en el suelo. La combinación, en el balance exacto, ayuda a proteger a los cultivos de enfermedades y mejora la fotosíntesis.

En algunos estudios, los científicos han encontrado que un gran argumento de venta para el pesticida – que se combina firmemente con los minerales en el suelo, como calcio, boro y manganeso, evitando por tanto que se derrame – también significa que compite con las plantas por esos nutrientes. Otra investigación indica que el glifosato puede alterar la mezcla de bacterias y hongos que interactúan con los sistemas de raíces de las plantas, haciéndolas más susceptibles a los parásitos y los patógenos.

“Los antibióticos matan a las bacterias y reducen su crecimiento, pero algunas de esas bacterias son útiles”, dijo Verlyn Sneller, presidente de Verity, una pequeña compañía que vende fertilizantes basados en azúcar y sistemas de agua y trabaja para convencer a los granjeros como Vermeer de que se cambien a cultivos convencionales.

Pero la investigación que detalla los efectos adversos del glifosato es limitada, y otros estudios contrarrestan esas conclusiones.

Monsanto, que vende Roundup y semillas resistentes al glifosato, dice que “no hay evidencia creíble” de que el herbicida “cause extensos efectos adversos en los procesos microbianos en el suelo”.

Un equipo de científicos del Departamento de Agricultura revisaron de manera similar mucha de la investigación y descubrieron que el herbicida era bastante benigno. En respuesta a una solicitud de Monsanto, la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) incrementó recientemente la cantidad de glifosato que se permite en cultivos de alimentos y forraje.

“Otro factor que tuvimos en mente fue que cuando se analizan las producciones de los tres principales cultivos resistentes al glifosato – maíz, soya y algodón _, generalmente ha habido una tendencia al alza que no ha cambiado desde que fueron adoptados”, dijo Stephen O. Duke, uno de los científicos del USDA que trabajó en la revisión. “Si hubiera un problema significativo, no creo que se viera eso”.

Al defender el herbicida, científicos de Monsanto y otros citan la investigación que ha encontrado que las deficiencias minerales causadas por el glifosato pueden ser mitigadas con aditivos para el sueño. También señalan estudios que demuestran que el aumento en las enfermedades de las plantas – lo cual algunos han atribuido al uso del herbicida – más bien pudiera vincularse a las debilidades en la variedad de la planta que fue elegida para la modificación genética, o al aumento de la agricultura “sin arar”, que dejan los materiales botánicos que albergan patógenos en cima del sueño donde pueden infectar al siguiente cultivo.

La compañía y el gobierno continúan evaluando el impacto del herbicida. El USDA está realizando estudios en Illinois, Mississippi y Maryland.

A principios de este año, Monsanto compró partes de una compañía fundada por J. Craig Venter, el primer científico en secuenciar el genoma humano, como parte de un esfuerzo por desarrollar microbios y otros “agentes biológicos agrícolas”. La incursión en los microbios, dijo Robert T. Fraley, tecnólogo en jefe de Monsanto, es para mejorar la producción y abordar algunos de los problemas planteados en torno al glifosato.

Hasta que se solucione el debate, algunos agricultores en el Cinturón del Maíz están reconsiderando sus métodos.

Hace varios años, Mike Verhoef cambió al maíz y la soya biotecnológicos en sus 133.5 hectáreas en Sanborn, Iowa. Regularmente rotaba los cultivos con avena, que no era genéticamente modificada, para ayudar a reponer los nutrientes en el suelo.

Casi inmediatamente, dijo, surgieron los problemas. Notó que su suelo se estaba volviendo más duro y compacto, requiriendo un tractor más grande – y más gasolina – para arrastrar el mismo equipo en él. La producción de su avena también descendió con el tiempo a alrededor de la mitad.

“Me llevó mucho tiempo determinar qué estaba ocurriendo”, dijo Verhoef. “Lo que estaba usando para tratar el maíz y la soya modificados estaba haciendo algo con mi suelo que estaba matando a mi avena”.

Hace dos años, renunció y comenzó a sembrar cultivos convencionales de nuevo. Ahora está trabajando con Verity para mejorar la calidad del sueño y dice que su producción de maíz y soya convencionales es “entre promedio y por encima del promedio” comparado con los vecinos que siembran cultivos biotecnológicos.

Aunque un vecino le dijo que iría a la ruina sembrando cultivos convencionales, Verhoef no tiene planes de regresar a las variedades genéticamente modificadas.

“Hasta ahora, todo bien”, dijo Verhoef. “No voy a regresar porque no he visto nada que me vaya a hacer cambiar de opinión sobre el glifosato”.