Como el descorche fugaz de una botella de champán, la salida del primer barril de petróleo del subsuelo ecuatoriano –en 1972– generó una efervescencia que auguraba riqueza y desarrollo. Cuarenta y un años después de ese junio histórico, el ánimo es otro: extraer petróleo para “satisfacer necesidades urgentes” y vencer la miseria, sobre todo en la Amazonía, la región petrolera más rica, pero a la vez más pobre.