Es una ventosa y fría mañana de verano en la escuela fiscal Atahualpa, en la comunidad indígena de Tigua, en Cotopaxi. Una docena de niños del pueblo Kichwa Panzaleo corretean en el patio polvoriento. De pronto, dos niñas: Ana y Daysi, ambas de 7 años, se empujan. Ricardo Chaluisa, director de la escuela, interviene y ordena que los niños hagan un círculo. Coloca a las dos niñas en el centro y les pide que den explicaciones.