Condiciones laborales
Los hilos que atraviesan las prendas de vestir de cientos de marcas a nivel mundial tejen más que los últimos diseños de moda. En algunos casos, hilvanan historias de interminables horas de trabajo en condiciones precarias en Asia, África y América Latina, e incluso de dolor y tragedia, como el derrumbe de un edificio el pasado 24 de abril en Bangladés, que deja hasta el momento más de mil muertos y el cierre de 18 fábricas textiles.

En el edificio que según su arquitecto, Massoud Reza, fue concebido como un centro comercial de seis pisos, funcionaban cinco talleres de confección y había sido aumentado a nueve pisos sin reforzar las bases y con materiales de mala calidad, indican los primeros reportes.

Allí, los trabajadores cosían prendas para marcas europeas y estadounidenses. De acuerdo con el diario The New York Times, en el sitio del derrumbe había etiquetas y documentos de empresas como Children’s Place, Benetton, Cato Fashions y Mango. Primark, una cadena británica de ropa, confirmó que en el segundo piso funcionaba un taller que confeccionaba sus productos, y Mango, que había encargado unas muestras.

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El derrumbe no solo fue el tercer incidente industrial importante en cinco meses en Bangladés, el segundo mayor exportador mundial de ropa después de China, sino que es considerado el peor accidente en fábricas textiles en la historia. Supera a un incendio registrado en 1911 en Nueva York, que causó 146 muertes, o al registrado en Pakistán en el 2012, que acabó con la vida de 260 personas.

El luto en fábricas textiles ya había invadido Bangladés en noviembre del 2012, cuando un incendio dejó 112 muertos. El miércoles pasado, catorce días después del derrumbe, el fuego en otro taller causó la muerte de ocho personas.

Los casos plantean dudas sobre la seguridad laboral y los bajos salarios, que en ese país rondan los $ 38 al mes. Pero, además, reactivan el debate sobre el papel de las compañías de moda, los derechos de trabajadores –sobre todo en países pobres– y el consumo sin importar las condiciones de fabricación.

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El papa Francisco, el pasado 1 de mayo, con ocasión del Día Mundial del Trabajo, dijo que salarios injustos y la desenfrenada búsqueda por ganancias iban “en contra de Dios”. “Vivir con 38 euros ($ 50) al mes, eso era el salario de estas personas que murieron. Eso se llama trabajo esclavo”, sostuvo.

En realidad, los salarios son aún más bajos. El mínimo legal es de 29 euros ($ 38 al mes), por seis días de trabajo semanal y turnos diarios de diez horas.

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Los operarios de ese sector son de los más baratos del mundo, a pesar de que el sueldo promedio mensual prácticamente se ha duplicado en Asia desde el 2000 al 2011, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Por ejemplo, un trabajador del sector manufacturero en Filipinas gana $ 1,4 la hora, frente a los $ 5,4 que pagan en Brasil, los $ 13 de Grecia y $ 23 de Estados Unidos, consta en el Informe Mundial sobre Salarios 2012/2013 de la OIT.

Hay condiciones más precarias aún. En Camboya, donde hay unas 500 fábricas de ropa y calzado en las que trabajan unas 511.000 personas, el salario mensual del sector textil es $ 80 ($ 2,66 el día); los trabajadores piden que se aumente a $ 150.

En China, en cambio, el incremento salarial impulsado por el gobierno ubica el sueldo promedio en $ 345 ($ 11 el día), lo que a criterio de economistas hará que empresas del sector de manufactura lleven su producción a otros países de Asia del sureste y del sur, donde la mano de obra es más barata, señala un reporte del banco Francés.

Gilbert Houngbo, vicedirector general de operaciones en el terreno de la OIT, que entre el 1 y el 4 de mayo envió una comisión a Bangladés para evaluar su catástrofe, culpó de la falta de seguridad en los talleres a las empresas extranjeras: “Todo el mundo quiere comprar la máxima calidad al menor precio”.

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Raúl Izurieta, exministro de Trabajo del Ecuador, considera que la población del mundo no crece en la misma medida que el trabajo o la producción de alimentos y que por eso la escasez de comida y la oferta de trabajo siempre serán un problema de dimensiones mundiales.

El fenómeno, indica, será permanente mientras exista exceso de población frente a la falta de oportunidades. A esto se suma la migración y el uso de maquinaria en reemplazo del hombre.

Esta realidad no es exclusiva de Asia. Las situaciones de trabajo precario (sin todos los beneficios de ley) y hasta de tipo forzoso (por obligación o deudas) se dan también en algunas fábricas textiles de países de América Latina, como Haití, Guatemala, Brasil y Argentina.

De acuerdo con la OIT, el trabajo doméstico, la agricultura, la construcción, la manufactura y el entretenimiento son los sectores más afectados por el tipo de labor obligatoria, que es considerada una forma de esclavitud moderna. En el mundo casi 21 millones de personas son víctimas de trabajo forzoso: 11,4 millones de mujeres y niñas y 9,5 de hombres y niños.

En Argentina, el pasado 10 de abril, el Ministerio de Trabajo detectó en dos domicilios de Villa Soldati, un barrio de Buenos Aires, cinco talleres textiles donde eran explotadas 45 personas de nacionalidad boliviana, privadas de su libertad y hacinadas, reportó el diario La Nación.

Los talleres estaban en “deplorables condiciones de higiene y seguridad”, no había salidas de emergencia, había material inflamable junto a las máquinas eléctricas, contó el rotativo.

Otro caso se dio a conocer el 30 de abril, en el sector de Parque Chacabuco, en talleres textiles que confeccionan pantalones para las marcas locales Pinguin, Narrow y M51.

En Haití, devastado tras el terremoto de enero del 2010, las maquilas y los recién creados parques industriales (que alojan estos talleres) son la principal opción de trabajo. Unas 29.000 personas laboran en estas fábricas con salarios de $ 5 el día, según la agencia de información Ayiti Kale. Allí se fabrican prendas para Banana Republic, Gap, Gildan Activewear, Levis.

En octubre del 2012, el gobierno inauguró el parque industrial Caracol, donde se instaló una filial de la compañía surcoreana Sae-A, que fabrica para marcas como JC Penny y WalMart, y ofrece contratar 20.000 trabajadores hasta el 2016.

The New York Times publicó en julio el conflicto que tuvo Sae-A en Guatemala, de donde se retiró hace un año tras ser denunciada por los sindicatos de violar las leyes laborales y penales. Los trabajadores aseguran que las empresas reprimen sus intentos de organización.

Las precarias condiciones de trabajo han levantado voces en espacios internacionales que piden a los consumidores comprar ropa en tiendas cuya cadena de producción respete los derechos laborales. “Para el consumidor es virtualmente imposible saber si el producto fue elaborado en condiciones seguras”, comenta Craig Johnson, presidente de la consultora Customer Growth Partners.

Fair Trade U.S.A. es una organización sin fines de lucro que audita productos para asegurarse de que los trabajadores reciben un salario digno y laboran en condiciones seguras e impulsa la compra de la llamada ropa hecha éticamente.

Rob Behnke, cofundador y presidente de Fair Indigo, tienda dedicada a la venta de prendas éticas, dijo que algunos compradores llaman y mencionan la reciente tragedia de Bangladés. La compañía, que genera ventas anuales de menos de $ 10 millones, tuvo un incremento del 35% en sus ingresos luego del desastre. Sin embargo, la ropa hecha “éticamente” es vendida por pocas compañías y representa apenas un punto porcentual de los $ 3.000 millones que mueve la industria mundial del vestido.

11,7
Millones de personas

Es la cantidad de trabajadores víctimas de labores obligatorias en la región Asia-Pacífico, según la OIT. Le siguen África, con 3,7 millones, y América Latina y el Caribe, con 1,8 millones.