A pesar de que nació en Guayaquil hace 81 años en las calles Alcedo 2008 y Lorenzo de Garaycoa, don Tiburcio fue criado en el monte, como todo buen montubio, y en la zona de Salitre, la Capital Montubia del Ecuador, donde su padre era dueño de varias haciendas ganaderas.
En toda esa región don Tiburcio es conocido como la leyenda de Salitre y sus rodeos montubios, ya que su hacienda La Esperanza, ubicada en la Bocana de Abajo de Salitre, ganaba siempre la mayoría de los trofeos y premios de los rodeos montubios de ese cantón, habiendo además recibido en su vida 16 condecoraciones y reconocimientos de parte de varios municipios, asociaciones de ganaderos y otras instituciones.
Don Tiburcio ha dedicado toda su vida a la ganadería y cuenta innumerables historias sobre el traslado anual del ganado de los bajos a las lomas, de los abigeos (ladrones de ganado), de las hierras del ganado, del ordeño de la vaca Peor es Nada, que daba dos galones de leche; de la llegada al Ecuador del ganado Brahman, de los caballos criollos, de las travesías en canoa por los ríos de la Costa en épocas de invierno, de los inventarios de ganado, y dice que los mejores pastos para el ganado en su zona son el janeiro, que mejora notablemente la producción de leche de las vacas; el rabo de gallo, especial para las zonas bajas inundadas; y el peludo, que tiene hasta 13 % de proteína.
Place conversar con don Tiburcio, que cuenta que ese nombre lo llevó su abuelo, su padre y ahora lo llevan su hijo y su nieto al que llama Tiburcito, y me cuenta, además, que en su vida ha tenido siete ‘compromisos’, de los cuales cuatro fueron con señoras y tres con muchachas, y por eso repite siempre: “Yo no soy sobrado, soy solicitado”.
Tiburcio, querido amigo, legítimo y orgulloso montubio ecuatoriano, te dedico este poema denominado El montubio, de Alfonso Ruiz de Grijalba, escrito en Baba en 1927: