Hoy se celebra en muchos países del mundo el Día del Padre, establecido para rendir homenaje al llamado ‘jefe del hogar’, posición cada vez más discutida por las feministas a ultranza. Para los que estamos en el deporte desde la niñez es invariable la idea del padre como el motivador de nuestras aficiones iniciales, el estimulador de nuestras primeras prácticas deportivas y el auspiciador de nuestras primeras visitas a estadios, coliseos o las piletas.

En cualquier escenario es inamovible la pintura de un pequeño entusiasmado por una jugada, un gol, una canasta de a tres o un jonrón, tomado siempre por la mano de un padre anhelante de que su pequeño sea algún día un gran deportista, respetuoso del juego limpio y la deportividad. Aunque siempre se vea también a un ser desenfrenado por la pasión, con los ojos llameantes, amenazando a un árbitro o reclamando a un dirigente o un entrenador por no hacer jugar a Pepito, su hijo, émulo de Lionel Messi.

El deporte es un campo de entrenamiento para la vida futura. El niño que aprende de sus padres que el deporte es amistad, fraternidad, respeto al rival, obediencia a la autoridad de los árbitros. Que más importante que la victoria o la derrota es competir con lealtad, observando las reglas, y que la derrota de hoy podrá ser mañana una victoria porque el deporte da revanchas cada día. El niño está siendo preparado para la vida en sociedad en su edad adulta.

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Aquel a quien sus padres aconsejan que lo importante es ganar aunque para ello haya que violar las reglas, aprovechar ventajas ilegales, hacer cualquier trampa, heredará para su vida adulta esos principios con consecuencias funestas.

Muchas veces se alegó entre nuestros dirigentes una frase atribuida al fundador de los Juegos Olímpicos de la era moderna, el francés Pierre de Coubertin: “Lo importante no es ganar, sino participar”. Y amparados en ella emprendían extrañas aventuras turísticas. En la Revista Olímpica de julio de 1908 lo que Coubertin dijo fue: “Lo importante en la vida no es el triunfo, sino el combate; lo esencial no es haber triunfado, sino haber luchado bien. Extender estas ideas es preparar una humanidad más valiente, más fuerte, y, por tanto, más escrupulosa y más abnegada”. Los padres son muy importantes en el triángulo básico del éxito deportivo. Corresponde a ellos la orientación moral del pequeño, en concordancia con el entrenador, y controlar lo que en el deporte se llama ‘entrenamiento invisible’: Ayudar a los hijos a cumplir con los compromisos que adquieran derivados de la práctica del deporte: organizar el tiempo de manera que el hijo pueda compaginar los estudios, el deporte y demás actividades; cuidar que asista puntualmente a los entrenamientos y los compromisos deportivos. En estas tareas los padres pueden ayudarles a organizarse.

Otro tema que los padres tienen que tener claro, y demasiadas veces por desgracia no es así, es que el deporte lo tienen que escoger los hijos, no los padres. Muy a menudo, muchos padres apuntan a sus hijos a deportes que ellos practicaron y esperan que sus hijos lleguen donde ellos no llegaron. Si el niño no elige el deporte o actividad que quiere realizar, difícilmente llegará a buen puerto, ya que al aparecer las primeras dificultades será más fácil que abandone. Y en el caso que siga, en vez de ser una actividad que saque provecho, se convertirá en una carga pesada, que tampoco favorecerá para nada el grupo.

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Mi experiencia de 65 años en el deporte activo me permite caracterizar al tipo de padre más pernicioso: el padre demagógico. Lo explico. Ese padre quiere demostrar que él siempre está preocupado de su hijo deportista y que controla todo lo que tiene que ver con su progreso. Su primera faceta es la del padre-entrenador. Durante las prácticas se convierte en técnicos desde la grada o desde el borde de la piscina, criticando al entrenador, a los deportistas y en algunos casos a otros padres.

En general, ignoran lo que concierte al deporte, pero son maestros de gradería. En natación solíamos decir que si un padre se compraba un cronómetro, el futuro del hijo estaba hipotecado desde ya. Es importante pedirles que ejerzan de padres, que disfruten viendo los movimientos de su hijo y dejen trabajar tranquilo al entrenador. Es posible que en alguna ocasión no estén de acuerdo con sus decisiones, pero siempre deben respetarlo, y no crear conflictos gratuitos al niño, entre la opinión del padre y la del técnico, ni llevar estos dilemas a otros padres enrareciendo el ambiente, lo que no favorece para nada el entorno. En fin, que el padre debe ser un elemento pacificador, no una fuente de conflictos.

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Esto no quiere decir que cuando los padres quieran hacer cualquier consulta, no puedan hacerla, pero se deben realizarla en el momento adecuado y con corrección. Por ejemplo, no es conveniente hacerlo con gritos y delante de otros padres o niños. Hay que buscar la ocasión para hacerlo con tranquilidad. Debemos pedir a los padres que den un voto de confianza a los entrenadores, al igual que confían en otros profesionales para la educación de su hijo y que no se entrometan, ni se conviertan en padres-entrenadores.

Usualmente, este padre-entrenador suele mostrar su otra faz: la del padre-represor. He visto muchas veces a estos engendros perversos castigar delante de los compañeros y del público a un chiquillo por haber perdido una carrera, despejar mal un balón o permitir un gol. Y no solo es castigo verbal (“¡estúpido, no sirves para nada!”), sino también físico (coscorrones, correazos).

El deporte infantil está lleno de estos peligros. El pequeño deportista está preparándose anímica y físicamente para llegar a su meta; el entrenador generalmente ha vivido el deporte activamente y ha estudiado para conducir a sus pupilos. El padre, en cambio, está en estado rústico. Nadie le ha enseñado para qué sirve el deporte, las lecciones físicas y morales de esta actividad que no pueden andar por caminos divergentes, el papel que el padre debe cumplir en el campo deportivo y en el hogar. Pocos lo entienden.

Hace ya muchos años, habiendo vivido instantes desagradables en las piscinas con los padres-demagógicos decidimos con Roberto Frydson, uno de los entrenadores más importantes en la historia de la natación nacional y licenciado en psicología, realizar un pequeño ensayo de escuela para padres de deportistas con el club Bancentral, en época en que presidía el club Humberto Montalván. Fue un éxito total que no pudo repetirse en un ámbito más amplio por las pugnas que existían en la natación. Tal vez sea la hora de reemprender esta tarea. (O)

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El padre-demagógico es el quiere demostrar que él está preocupado de su hijo deportista siempre y que controla todo respecto a su progreso. Su primera faceta es la de padre-entrenador.