Solo tres símbolos deportivos de Guayaquil sobreviven en la hora actual: la travesía a nado Durán-Guayaquil, la regata a remo Guayaquil-Posorja y el Clásico del Astillero que hoy es del país entero, aunque algunos envidiosos se empeñen vanamente en desconocerlo o tratar de reemplazarlo por otro partido. Esto como si el éxito momentáneo de algún equipo, por muy meritorio e importante que haya sido, pudiera borrar la historia y desnaturalizar la emoción que despiertan los dos clubes más populares de nuestra geografía.

El mundo lo reconoce como el emblema futbolístico de Ecuador. También lo dice la FIFA y no acepta cuestionamientos. El Clásico marcha hacia los 70 años de vigencia y ya es muy tarde para inventar uno nuevo. Nació de la entraña popular guayaquileña, se fue extendiendo a todo el país y se radicó fuera de él, en cualquier lugar del planeta donde haya ecuatorianos.

Hoy todo hacía presumir una cerrada disputa, pero Emelec entregó en bandeja de plata su opción al título al caer (0-1) en el Clásico celebrado en el estadio Capwell y al tolerar un gol en el último minuto en el encuentro frente a Deportivo Cuenca (2-2), el miércoles pasado. Todo es posible en el planeta fútbol, pero los hinchas toreros ya celebran anticipadamente en la creencia de que solo una catástrofe podría arruinarles la fiesta.

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Por diversas razones no he ido al Monumental hace ya algún tiempo. No pude estar en el estadio para la inauguración del palco de prensa que hoy lleva el nombre de un periodista ejemplar: Mauro Velásquez Villacís. Me hallaba en Nueva York, a 5.000 km de distancia, pero mi corazón estuvo cercano a ese homenaje hacia quien ha sido mi compañero, mi colega y mi amigo, y lo seguirá siendo aunque no se disipen las sombras que han caído sobre ese inteligente y valeroso comunicador del deporte. El Clásico de hoy habría deseado verlo junto con él.

Me ha ligado a Mauro un poco más de medio siglo de hermandad nacida del respeto que siempre tuvimos hacia nuestra profesión. Nadie podía compararse con Mauro en cultura futbolística, reforzada por una sólida cultura universitaria adquirida en tiempos en que obtener un título exigía sacrificio y entrega absoluta al estudio. Ahora, aparentemente, todo es menos complicado que en aquella época en que compartimos con Mauro los años en la Facultad de Jurisprudencia.

Pero mi amigo no solo era un hombre de cultura vastísima. Su insignia fue siempre la dignidad, el rechazo a las tentaciones, a los ‘favores logísticos’, a las presiones de los propios medios y de los contradictores. Me consta que muchos dirigentes intentaron captarlo, pero Mauro los rechazó con altivez y con indignación. En mi columna del 25 de enero de 2015 reproduje una frase suya que me quedó marcada a fuego en la memoria: “Mi compromiso es con la verdad que tengo que contar a los que me escuchan”. Esa cita, junto a la efigie de Mauro, está en el palco de prensa que hoy lleva su nombre.

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Los periodistas auténticos, los no falsificados, estamos en el deber de agradecer a Barcelona y a su presidente, José Francisco Cevallos, por este gesto de nobleza al reconocer la trayectoria impoluta de un periodista que es orgullo de esta riesgosa y difícil profesión de criticar, opinar con verticalidad y desafiar al poder.

“Era un buen periodista, pero muy controversial”, me dijo una vez alguien sobre Mauro. Le recordé que los únicos que no generan controversia son los periodistas descafeinados que jamás se oponen a nada, los que están siempre al lado de dirigentes y jugadores y que carecen de criterio propio. Los demás quedamos siempre al borde de generar un alboroto por revelar lo que otros se empeñan en ocultar.

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Vi muchos clásicos con Mauro. En el viejo Capwell, en el Modelo y en el Monumental. Alguna vez compartimos el mismo sitio en el estadio de Randall Island, en Nueva York, cuando Barcelona y Emelec, en un amistoso, provocaron una conmoción en la capital del mundo. Coincidimos siempre en que los que más se estacionaron para siempre en nuestras memorias fueron los del Capwell en los años 50, reconociendo que hubo muchos inolvidables jugados en el Modelo. La razón era simple: eran bellos espectáculos protagonizados con fervor y calidad por futbolistas que adoraban la camiseta que vestían y cobraban muy poco. Hoy, el llamado ‘amor a la camiseta’ es una pieza arqueológica y el objeto de burla de los periodistas nuevaoleros.

Mauro recordaba mucho aquel que se jugó el 27 de noviembre de 1955, ganado por Barcelona 3-2. Fue el año del primer título de Barcelona en la era profesional. El Ídolo formó con Ansaldo; el Niño Jurado, Pibe Sánchez y Luciano Macías; Carlos Alume y Veinte Mil Solórzano; Chalo Salcedo, Pajarito Cantos (Mocho Rodríguez), Sigifredo Chuchuca, Simón Cañarte y Clímaco Cañarte. Por Emelec alinearon Cipriano Yulee; Jaime Ubilla, Raúl Argüello, Chinche Rivero; el Loco Balseca, Júpiter Miranda, Carlos Raffo, Atilio Tettamanti (Bolívar Herrera) y el Pibe Larraz (Carlos Romero). Simón Cañarte abrió el marcador a los 22 minutos y Cantos aumentó a los 29m. Raffo descontó a los 40m, pero Chuchuca puso el 3-1 a los 44m. Todo parecía resuelto, pero en la segunda etapa Emelec salió como un ciclón. A los 78m Miranda puso el 3-2 y el partido terminó en una batalla futbolera repleta de emociones.

Emelec se desquitó al año siguiente en otro Clásico que es parte de la historia. El 2 de diciembre de 1956 los azules solo necesitaban empatar para ser campeones. Saltaron al campo por Barcelona Pablo Ansaldo; Jurado (Miguel Esteves), Pibe Sánchez (Bolívar Sánchez), Macías; Alume, Solórzano; Salcedo, Cantos, Chuchuca, Pelusa Vargas y Clímaco Cañarte. Por Emelec jugaron Yulee; Rivero, Ubilla, Cruz Ávila, Argüello; Francisco Pugliese, Bolívar Herrera; Miranda (Balseca), Mariano Larraz, Raffo y Jorge Larraz. Fue la primera vez que un técnico usó el 4-2-4 como sistema y el mérito correspondió al chileno Renato Panay, entrenador eléctrico.

El legendario Carlos Raffo puso dos goles en los minutos 16 y 25. A los 50m acortó las cifras Pelusa Vargas y Chuchuca anotó el empate a los 85m. Los últimos minutos fueron dramáticos con Barcelona encima, tratando de lograr el gol que le diera el bicampeonato. En la última jugada Yulee sacó con las uñas una palomita de Chuchuca. Emelec se proclamó campeón de la Asociación de Fútbol de 1956, también por primera vez en tiempos del profesionalismo. (O)

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El Clásico del Astillero es hoy de Ecuador entero, aunque los envidiosos vanamente se empeñen en desconocerlo. Nació de la entraña popular guayaquileña y se extendió a todo el país.