Al final terminó siendo casi un entrenamiento con público. Una pena. La Copa venía con una ristra de partidos intensos, peleados, atractivos, sobre todo parejos, que es lo entusiasmante; el fútbol, como todo deporte, cuando no tiene equivalencias desciende hacia el tedio. Argentina, sin mostrar luces cumplió el trámite frente a Bolivia, cerró como líder del Grupo D con un 3-0 burocrático y Messi volvió a tener minutos (45 esta vez) como para ir tomando ritmo de cara a los cuartos de final. La buena noticia para Argentina siempre es que Lionel Messi esté para jugar. Sin él ningún paraíso le es posible.

Es cierto: faltó gente importante como Javier Mascherano y Gabriel Mercado; Messi y Ever Banega jugaron un tiempo; la clasificación estaba lograda antes de jugar y había que cuidar el físico, pero para ser uno de los aspirantes al título esperábamos otra chispa como expresión colectiva, más juego, mayor imaginación, sobre todo atrevimiento y conexión entre jugadores que llegan con el rótulo de estrellas. Es una pretensión lógica, somos espectadores. Hizo centenares de pases hacia atrás Argentina, casi nunca intentó desequilibrar con acciones individualidades o con paredes y triangulaciones para quebrar la línea. Y no tenía nada para perder, jugó con el primer puesto asegurado. Ecuador también enfrentó a un rival inferior, como Haití, y brilló, marcó goles preciosos. Ni los goles argentinos fueron bonitos. Ganó por mayor capacidad, no de una superior habilidad. Fue un triunfo justo, aunque sin fantasía ni gracia. No pedimos taquitos y sombreritos, sino el lucimiento sobrio que da el desequilibrio, la supremacía. Un jugador que pueda gambetear a otro, una pared bien tirada, un juego de combinaciones. Un poco de salero.

Pasa que el 3-0 es engañoso. Y tranquilizador. El hincha se va a dormir con el estómago lleno, descansa mejor. Pero lo que realmente importa es el juego, lo que da el funcionamiento cuando alcanza la armonía. Eso no se vio. La inexpresividad tiene antecedentes en los equipos de Martino: se ha manifestado igual en Paraguay y en Barcelona.

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Hay una visión general sobre la selección argentina y sus jugadores de ataque bastante confusa. Y errónea. Como que hay una sobreabundancia de talentos en ataque. No es real. El único talento verdadero allí es Messi. Los demás, al menos en la selección, nunca lograron plasmarlo. El mejor ejemplo es Sergio Agüero. Un portento técnico que en 75 presentaciones con el equipo nacional no ha tenido una tarea brillante, así fuera contra Islandia. De Di María hemos hablado harto, puede culminar con éxito una corrida o tirar una docena de centros a la tribuna. Y no devolver nunca un pase. Higuaín es un caso de diván. Viene de lograr el récord de goles en Italia, pero con la celeste y blanca se nubla, parece contrariado, no le sale nada. Lavezzi es un calco de Di María. Impredecible, inconfiable. Son los jugadores que no ayudaron a Messi a ganar el Mundial ni la Copa América. Ni los ganaron ellos. Suelen impresionar cuando disponen de espacios para contraatacar. Pero el entrenador quiere un estilo de posesión, y cuando se le plantan atrás, como Bolivia, empiezan los pases descendentes, uno tras otro. Y aparece el bostezo.

Hay otros muy buenos delanteros, pero no son convocados. La renovación tal vez se dé cuando esos otros (caso Dybala, Icardi, Bou, Wanchope Ábila) ya estén demasiado maduros, fuera del punto óptimo que tiene un jugador. Gabriel Batistuta fue más afortunado en tal sentido. En 1991 tuvo un primer semestre mágico en Boca; Alfio Basile lo llamó sin dudar y le dio la titularidad. En mayo lo convocó para un par de amistosos y en junio lo puso en la Copa América. Fue campeón y goleador del torneo en 1991 y 1993. Estaba en esplendor y fue aprovechado en esplendor.

Lo más sólido de Argentina, hoy, es la defensa. Es difícil entrarle. Los cuatro de atrás son bravos, fuertes, tenaces: Mercado, Otamendi, Funes Mori y Rojo. No les sobra ni una gota de técnica, pero desbordan temperamento. Y además Martino juega con dos y a veces con tres volantes de contención. Es lógico, pues, que sea la retaguardia la zona mejor protegida. Un detalle: Mercado, una fiera que debió ser llamado hace cinco años, juega en el fútbol local. Significa que no es necesario estar en Europa para merecer la selección. Mercado, sin dudas, es un acierto de Martino.

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Toda esta ponderación previa no significa que no puedan avanzar en el torneo ni que resulte sencillo vencer a Argentina. Tampoco que no pueda ser campeón. Es más, pese a todos sus problemas internos como asociación, ponderamos siempre su deseo de triunfo. Nunca esquiva el pesado traje de favorito, el que nadie se quiere poner. Es simplemente un tema de gustos. Hasta ahora ha sido una selección eficiente. Pero atención: se le viene un bravísimo compromiso con Venezuela, acaso el equipo que mejor impresión dejó como tal en esta primera fase.

Enfrente de esa Argentina de sabor metálico estuvo una Bolivia que, como Brasil, involucionó. Cuando casi todos los demás avanzan. Si bien no le sobran jugadores, estamos convencidos de que Bolivia puede ser mejor que esta famélica versión de la Copa América. Y cuando hay poco material no se puede desechar lo rescatable. Con Raldes, Marcelo Martins, Pablo Escobar, Chumacero que se operó pero que ya no quería ir, hubiese sido otro equipo.

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Julio César Baldivieso dijo sentirse orgulloso de contar con el comando técnico más barato de la Copa. ¿Y eso de qué sirve…? Hay que enorgullecerse de jugar bien, del trabajo realizado, de la planificación, de poner el mejor once posible en el campo, de darle batalla a todos, de la armonía y comportamiento del grupo, de generar una mística, de ganar algún partido, no de cobrar poco.

Vimos una Bolivia sin ninguna arista destacable. Le buscamos el lado bueno y no se lo vimos. Sin duda, un paso atrás. Lo inquietante para Bolivia es que la mayoría avanza. Chile y Colombia se convirtieron, si no en potencias, en medio importantes, de envergadura. Crecieron extraordinariamente Ecuador y Venezuela; tratan de volver a ser Paraguay y Perú. Hasta Panamá ha mejorado. Y ha tenido la iniciativa de contratar a Bolillo Gómez, un técnico dos veces mundialista, que hizo una obra notable en Ecuador.

Bolivia perdía 3 a 0, se estaba yendo sin ninguna gloria de la Copa y, sobre el final, el arquero Lampe hacía tiempo. Eso grafica su actuación.

Vimos una Bolivia sin ninguna arista destacable. Le buscamos el lado bueno y no se lo vimos. Sin duda, un paso atrás. Lo inquietante para Bolivia es que la mayoría avanza.

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