La sequía de Cristiano se acabó, para desgracia del Espanyol, al que en 20 minutos ya le había hecho tres goles. El saldo final fueron cinco, y dio el otro, a Karim Benzema. Recuperó la frescura y la puntería, y con ellas el humor. Le favoreció quizá un planteamiento errado de Sergio, que dispuso las cosas de manera que el trío Cristiano-Bale-Benzema disfrutó de espacios para jugar a sus anchas. Con esas ventajas son letales, particularmente Cristiano, que tenía goles guardados y se puso al día. El partido tuvo poca historia.

El gran interés del sábado, una vez visto lo poco que el Espanyol le duró a Cristiano, se aplazó al estadio Vicente Calderón, donde la sorpresa fue que no iniciaba Lionel Messi. Bien mirado, no era muy de extrañar: venía de dos partidos con su selección y de una paternidad en el regreso, sin ningún entrenamiento. Luis Enrique prefirió dejarlo para cuando fuera menester. Sin él, vimos un forcejeo con poca gracia y mucho roce, sobre todo en torno a Luis Suárez. Partido barullón, más confuso aún porque después de tantas vueltas hemos conseguido que los colores del Atlético y del Barça se distingan mal en la TV.

Todo estaba 1-1, con una escapada de Torres y un glorioso tiro libre de Neymar, cuando entró Messi. Hasta entonces, esos dos goles aparte, toda la gracia del asunto consistía en hacer consideraciones sobre el inextricable criterio del árbitro Mateu Lahoz para con las manos en el área, que hubo muchas. Pero entró Messi y cambió todo: pases, arrancadas, el Atlético que se asusta, el gol, con un toque genial. A medio gas, cansado, mal dormido y sin entrenamiento, le puso luz al partido y lo ganó para los suyos.

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Así que estamos ante otra liga de Cristiano y Messi. Ante ellos, todo el resto se difumina... (O)