Al pie de la pileta del Guayaquil Tenis Club, mientras comparto un almuerzo con mi anfitrión, Otón Chávez Pazmiño, una llamada al celular me trae la noticia: murió en Nueva Jersey el recordado crack manabita Ricardo Chinche Rivero.

Otón lleva sus manos a la cabeza, su rostro se contrae y exclama la frase usual: ‘¡No puede ser!’. Pero es. Apesadumbrado me cuenta luego que Rivero fue uno de sus mejores amigos cuando ascendió a la primera de Emelec y compartió césped y camerinos con los grandes de entonces: Jorge Chompi Enriques, Eladio Leiss, José Vicente Loco Balseca, Carlos Raffo, Mariano y Jorge Larraz, Bolívar Herrera, Humberto Suárez y otros que empezaban como Cipriano Yulee, Raúl Argüello, Jaime Ubilla, Julio Rubira, Carlos Romero, Carol Farah y otros muchachos de entonces.

Otón Chávez es el único columnista deportivo que puede ufanarse de haber estado en aquel Emelec y no da las lecciones kilométricas de fútbol de los que no jugaron ni en el barrio.

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Compartí con Otón el dolor del fallecimiento del Chinche Rivero porque lo vi jugar con la blusa eléctrica desde mi llegada, en 1952, a las graderías del viejo estadio Capwell hasta su retiro en 1957. Y tuve el honor de ser su amigo desde 1994, cuando nos encontramos en Union City, en Nueva Jersey, donde residía. Tuve con el Chinche largas charlas del balompié de ayer que él practicó a gran nivel. Fue uno de los que conformó el primer Ballet Azul, aquel que ganó tres coronas en dos años: las de la Asociación de Fútbol del Guayas en 1956 y 1957 y la del primer campeonato nacional de 1957.

Cuando empezaron a jugarse los certámenes de selecciones provinciales, Guayas y Pichincha dominaban el ambiente hasta que Manabí empezó a aparecer con fuerza. Había llegado a trabajar a esa provincia un gran entrenador que dejó grandes lecciones y notables figuras: el uruguayo Ángel García Valente.

En 1945, descollaron el arquero Félix Torres, los volantes Ricardo Rivero y Heráclides Marín y el delantero Carlos Alume. Emelec había llegado por primera vez en su historia a la serie de honor del fútbol porteño y estaba empeñado en formar un equipo poderoso. En esa campaña llevó a sus filas al guardameta Torres, al que más tarde la afición llamaría Tarzán.

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A finales de aquel año se abrieron las puertas del estadio George Capwell para el fútbol. El rival de Emelec era la selección de Manta-Bahía, que dirigía el recordado Elí Jojó Barreiro. Rivero jugó de volante en aquel encuentro emocionante que terminó con victoria estrecha de los dueños de casa. Ramón Unamuno, quien armaba con Eloy Carrillo, el plantel de 1946, aconsejó que trajeran a Guayaquil al mediocampista manabita. Don Ramón se había fijado también en Vicente Chento Aguirre, volante del Guayaquil Sporting. Desde Lanús, de Argentina donde estaba jugando, el presidente de Emelec, Luis Enrique Baquerizo Valenzuela, consiguió que retornara el gran Enrique Moscovita Álvarez.

Con Tarzán Torres, Luis Chocolatín Hungría, José Guamán Castillo, Hugo Villacrés (a quien iban a apodar luego Puñalada), Rodrigo Perfume Cabrera, Pedro Nevárez y el formidable Apilador Endiablado Marino Alcívar, se formó el plantel que en 1946 consiguió para Emelec el primer título en su historia futbolera.

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La prensa reconoció unánimemente que uno de los ejes de la victoria de ese gran plantel residía en su línea media, una de las mejores de la historia del fútbol guayaquileño y ecuatoriano: Chento Aguirre, Moscovita Álvarez y el Chinche Rivero. Este y Aguirre eran los batalladores, los hombres de marca, mientras como centro medio Álvarez recibía el balón, armaba el juego y ponía los pases gol para Cabrera y Alcívar. Lo de Chinche le vino por la marca pegajosa que ejercía sobre los rivales a los que no daba respiro.

Rivero jugó el Campeonato de Campeones de 1948 (antecedente de la Copa Libertadores) en Chile y formó parte de la selección ecuatoriana al Sudamericano de Río de Janeiro, en 1949. Debutó con la tricolor el 10 de abril ante Paraguay, formando la medular con el quiteño Luis Vásquez y Marín. Alineó después contra Perú, Chile y Bolivia. También fue seleccionado al Sudamericano de 1953, en Lima.

Siguió con Emelec en el inicio del profesionalismo y alineó en el medio campo con grandes nombres como los argentinos Héctor Pedemonte, Francisco Croas, Francisco Pugliese y Jorge Caruso. Su gran compañero en la década de 1950 fue Bolívar Herrera, otro todoterreno que no concedía tregua, y que debe haberse juntado ya con su viejo socio en las canchas celestiales.

El Chinche Rivero fue parte muy importante del título de Emelec en 1956, primero del profesionalismo, y del bicampeonato en 1957. También estuvo en el plantel que logró la primera consagración nacional en 1957. Fue parte de la mejor historia de Emelec, la de los primeros años cuando el club buscaba hacerse un nombre en el balompié guayaquileño y ecuatoriano. Fue actor también de aquel tiempo en que Emelec buscaba acortar las distancias con Barcelona en popularidad. Y gracias a aquellos muchachos de esa época lo logró, porque gente como el Chinche Rivero borraron aquello de equipo aniñado para transformarlo en elenco bravío y campeón.

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Tal vez por todo esto hoy se rinda un minuto de silencio a la memoria de aquel legendario jugador manabita que fue ídolo de la hinchada eléctrica y que defendió con hidalguía la divisa nacional.

Tal vez hoy se rinda un minuto de silencio a la memoria de aquel legendario manabita que fue ídolo eléctrico y que defendió con hidalguía la Tricolor.