Por: Ricardo Vasconcellos R. | rvasco42@hotmail.com

Desde la tribuna de San Martín bajó en 1948 Libertad Lamarque para dar el saque inicial de un juego entre Norteamérica y Vélez Sarsfield.

El legado del estadounidense George Capwell al deporte guayaquileño es inmenso. Le dio el club mejor organizado, con sede propia, ring de box, cancha de básquet, piscina y un estadio –el primero con césped que tuvo nuestra ciudad–.

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El escenario fue construido para béisbol, deporte predilecto de Capwell, pero desde fines de 1946 fue ganado por el fútbol. En 1947 fue el estadio de la Copa América, considerada una de las mejores ediciones por organización y calidad de juego.

Hoy Emelec, a través de su presidente Nassib Neme, anuncia la remodelación de la única parte que se conserva igual al original: la tribuna de la calle San Martín. El proyecto arquitectónico pertenece a un afamado especialista: Ricardo Mórtola. Como consecuencia inevitable del progreso desaparecerá una parte del Capwell que aún hoy es motivo de nostalgia en quienes desde allí vivimos momentos de grandes emociones. De esa tribuna bajó en 1948 Libertad Lamarque para dar el saque inicial de un encuentro entre Norteamérica y Vélez Sarsfield. Del mismo sitio, en 1951, el público hizo bajar al famoso argentino Alberto Castillo, el cantor de los cien barrios porteños, para que interpretara un tango antes del partido entre Everest y Cúcuta Deportivo colombiano.

Capwell llegó a Guayaquil el 14 de abril de 1926 en compañía del belga Gustavo Bross y sus compatriotas Kart O’Brien y Nathan Myers, quien lo acompañaría largos años en todas las faenas profesionales y deportivas. Iba a dirigir la planta de la Empresa Eléctrica en el Astillero. Desde entonces desplegó una intensa actividad y llegó a jugar básquet en el equipo de la Asociación de Empleados. En 1929, junto a Víctor Peñaherrera y Lauro Guerrero, también basquetbolistas, Capwell decidió fundar un club que condujera el entusiasmo deportivo de empleados y trabajadores. Así nació Emelec en 1929.

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Gracias a las iniciativas de Capwell y a las rivalidades que generó, el deporte guayaquileño creció en los años 30, considerados la década de oro del vivir porteño. Desde el campo de béisbol que había hecho levantar en el antiguo Jockey Club, soñaba con construir un verdadero estadio, unas cuadras hacia el norte en manzanas que eran lodazal y sarteneja. En 1940 la Junta General de Emelec acogió la idea del nuevo estadio.

El Municipio aceptó la petición y dio los terrenos, primero en arrendamiento y luego en donación. El 24 de julio de 1943 se colocó la primera piedra y se hizo pública la resolución de Emelec, de mayo de 1943, de bautizar el estadio con el nombre de George Lewis Capwell.

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El estadio iba a tener un costo de 2 millones de sucres, una verdadera fortuna. Capwell contaba con 170.000 sucres en la caja del club; la matriz de la Empresa Eléctrica iba a aportar con 35.000 sucres y a ello se agregaban los 30.000 sucres anuales que el club erogaba por concepto de cuotas de afiliación. ¿De dónde iba a salir el resto?

Capwell debió luchar contra el descreimiento. Un estadio así cuesta mucho dinero, le dijeron los concejales. “Yo creo que nosotros podemos hacerlo”, fue la respuesta del Gringo guayaquileño como lo bautizó el recordado Manuel Chicken Palacios. Floyd Tift, director de la revista del Rensselaer Polytechnic Institute, la universidad donde se graduó Capwell de ingeniero eléctrico, lo contó así: “Él fue decidido y optimista, aunque anticipó que debía emprender un largo y difícil camino. Como presidente del club, dirigió el esfuerzo en la recolección de fondos. Algunos de sus amigos dieron generosamente sumas de dinero. Otros donaron hierro y acero. Un regalo consistió en 5.000 bolsas de cemento. Otro fue de piedra triturada. Dentro de un tiempo relativamente corto, antes de lo que Capwell y sus consocios se hubieran atrevido a pensar, la construcción estaba en marcha”.

El 12 de octubre de 1945 se abrieron por primera vez las puertas del estadio, que contaba con la tribuna que pronto se va a demoler para edificar la nueva y con las graderías de General Gómez, Quito y Pío Montúfar. Se jugó aquella mañana un encuentro de béisbol entre Emelec y Oriente. El oriental Aurelio Yeyo Jiménez anotó el primer hit y la primera carrera en la historia. George Capwell produjo el primer hit para Emelec y empujó al plato a Enrique Pombar, autor de la primera carrera eléctrica en su nueva casa.

El 2 de diciembre de 1945 se jugó el primer partido de fútbol entre Emelec y la selección Manta-Bahía que dirigía Jojó Barreiro. A los 15 minutos del primer tiempo, El rey de la media vuelta, Marino Alcívar, anotó el primer gol en el Capwell y el partido terminó 5-4 a favor de Emelec.

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En el 2015 la vieja tribuna a dos aguas, al estilo de los estadios ingleses, pasará a ser un recuerdo. Allí estuve por primera vez en 1953. En el partido de fondo jugaban Everest y Valdez. Mi admirado crack del barrio de Pedro Moncayo, Gerardo Layedra, me había prometido hacerme entrar a la tribuna con el maletín.

Me llevaron en taxi hasta el estadio y entré, no con el maletín de Layedra sino con Alfredo Bonnard, que era mi ídolo. Fue fuerte la emoción de estar en la tribuna, percibir el olor a masaje que salía de los camerinos y saborear un perro caliente de los que vendía el viejo Cebolla Hidalgo.

Como consecuencia inevitable del progreso en el 2015 la vieja tribuna a dos aguas, al estilo de los estadios ingleses, pasará a ser un recuerdo.