BARCELONA, España

La próxima jubilación de varios centenares de profesores universitarios en Ecuador ha hecho saltar todas las alarmas por la carencia de reemplazos para esas plazas. Se comenta que muchos de los posibles reemplazos serán profesionales doctorados en España. Siempre me seguirá sorprendiendo la supuesta “revolución socialista” en Ecuador, tan alardeada a los cuatro vientos, o a los cuatro micrófonos de medios, mejor si internacionales, mientras sigue siendo un país cuya moneda es el dólar y en donde parecería que, por venir de fuera, los profesionales son mejores. Este mito, con las excepciones del caso (insisto: con las excepciones de cada caso), lo puede desmentir la horda de alumnos latinoamericanos que han realizado doctorados en España y que podrán decir que es mucho más lo que se promete que lo que se cumple. Yo mismo pasé por esa experiencia en un doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde la experiencia fue mucho menor a la de mis expectativas. Había, por supuesto, profesores brillantes, y de ellos aprendí mucho, a veces más en breves conversaciones en los pasillos que en las aulas. Pero no era oro todo lo que brillaba. Lo lamento por los buenos profesionales, pero era más el mito que la realidad. Incluso ha sido más bien en pequeñas ciudades de España donde he encontrado universidades ejemplares y que, por falta de difusión, no son tan conocidas como debieran.

Por eso, cuando se ha comentado en Ecuador que los reemplazos vendrán desde España como una medida de calidad, tengo mis reparos. Incluso si fueran doctorandos, la palabra poco me gusta, de otras universidades europeas, donde hay de todo si miramos sin complejos tales ámbitos académicos, la realidad es que tampoco se trata solo de la titulación. Un doctor europeo, recién titulado y que no haya tenido experiencia con estudiantes latinoamericanos, no conoce una idiosincrasia que, por supuesto, no se adquiere con uno o dos años previos de haber vivido en Ecuador, sino con mucho más tiempo, y en donde no menos importante es la experiencia docente mínima de unos cinco años. ¿Esos serán los reemplazos a profesores ecuatorianos que llevan décadas y que, en los casos puntuales, son talentos que por encima de los setenta años es cuando precisamente han llegado a una cima de conocimientos y experiencias, reemplazados por un novato europeo que todavía no ha afinado un guion de curso?

Descubrir a un profesor con talento requiere mucho más que un título, y a veces la suficiente creatividad para no ceñirse solo al título. La hiperespecialización tecnócrata es buena con cautela. Es cierto que yo no me trataría una enfermedad con un “doctor” sin título, pero mucho me lo pienso si lo debo hacer con un doctor español que me atenderá con la habitual prisa que los caracteriza y hasta sin mirarte a los ojos.

La creatividad pedagógica va más allá del título (lo requiere, pero requiere más que eso). Exige una evaluación personalizada, con méritos y experiencias, que no terminen haciendo de la educación ecuatoriana el territorio de reglamentos a rajatabla que no comprenden la realidad.