En 2010 aparecieron en Buenos Aires dos libros que recogen las palabras de Jorge Bergoglio, ahora papa Francisco. Uno es un volumen de entrevistas –El papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio– que Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti mantuvieron con el entonces cardenal, y reeditado recientemente con ese nuevo título (Barcelona, Ediciones B, 2013). Otro recoge las conversaciones entre Bergoglio y el rabino Abraham Skorka, Sobre el cielo y la tierra, también vuelto a publicar (Barcelona, Debate, 2013). Ambos tomos se han tomado por estos días las estanterías de las librerías españolas.

El libro de entrevistas trae un dato muy significativo: debe ser la primera vez que, en dos mil años, un rabino –el mismo Skorka– escribe el prólogo de un texto que recoge el pensamiento de un sacerdote católico. Los periodistas querían entender “el fenómeno Bergoglio”: quién era este cura que había recibido una altísima votación en el cónclave para escoger al sucesor de Juan Pablo II; que no movía un dedo para hacerse campaña; que no era un orador histriónico, sino más bien de tono bajo, pero de contenido profundo; que, siendo arzobispo de Buenos Aires, viajaba en metro o en colectivo; que vivía en un cuarto austero; y que él mismo, y no su secretaria, llevaba su agenda de citas.

Quienquiera que se declare católico creyente –especialmente si tiene responsabilidades públicas– no podrá ser indiferente a las ideas de Bergoglio. Sobre las ayudas sociales estatales, sostiene: “es muy importante que los gobiernos de los diferentes países fomenten una cultura del trabajo, no de la dádiva”. A los 76 años, “la muerte está todos los días en mi pensamiento”, afirma. Su mirada está repleta de compasión por aquellos que creen que lo principal es mandar: “Autoridad viene de augere que quiere decir hacer crecer. Tener autoridad no es ser una persona represora”. Por eso cuestiona a quienes creen que autoridad quiere decir ‘acá mando yo’.

Bergoglio opina que el tiempo es aliado de la sabiduría: “¡Cuántas veces en la vida conviene frenarse, no querer arreglarlo todo de golpe! Transitar la paciencia supone todas esas cosas; es un claudicar de la pretensión de querer solucionarlo todo. Hay que hacer un esfuerzo, pero entendiendo que uno no lo puede todo”. Un sinnúmero de testimonios, a lo largo de décadas, confirma su actitud verdaderamente humilde. Frente a las sombras que se han arrojado sobre él por su supuesta colaboración con la dictadura argentina, más bien hay muchos testimonios de las formas que el jesuita empleó para proteger, esconder y ayudar a huir a perseguidos por la represión militar.

“Para mí es más sagrado un chico que una coyuntura legislativa”, dijo a propósito del intento de involucrar a los menores en los debates sobre la ley de salud reproductiva argentina. Ha apostado por la experiencia del encuentro humano, del caminar juntos: “Una cultura que supone, centralmente, que el otro tiene mucho para darme. Que tengo que ir hacia él con una actitud de apertura y escucha, sin prejuicios, o sea, sin pensar que porque tiene ideas contrarias a las mías, o es ateo, no puede aportarme nada”. Leer a Bergoglio ha sido esperanzador justamente porque reconoce que “muchos curas no merecemos que crean en nosotros”.