Mañana termina febrero. Mañana seremos testigos de un acontecimiento poco común. En los últimos 600 años ninguno de los papas-pontífices-jefes del Estado Vaticano renunció a sus funciones; en este lapso, por demás amplio, se eligió un nuevo papa cuando el titular en funciones había dejado de existir.

Mañana se hará efectiva la sorpresiva renuncia de Benedicto XVI para seguir al frente de la conducción de la Iglesia católica. Desde mañana, el cardenal Tarcisio Bertone, 78 años de edad, será el eslabón que una la administración del papa Benedicto con aquella que está por venir. Muchas y variadas opiniones se han vertido al respecto; circulan denuncias y atisbos de verdad que podrían ser las razones para una intempestiva actitud del papa Benedicto; además, quien bien conozca la mentalidad germana –soy uno de los que pretenden comprenderla– sabrá concluir conmigo que todo alemán de cepa, y Ratzinger es uno de los abanderados de ese pueblo, jamás va con sus palabras más allá de lo que estrictamente quiere decir. “Dios me pidió dedicarme a la oración y meditación” (El Universo, pág. 12, 25 de febrero de 2013), declara el papa Ratzinger. No cabe especular, amigas y amigos.

El tema que he comenzado a raspar esconde escenarios que permanecerán secretos; cuenta con opiniones e investigaciones de medios profanos; se dice que el convulsionado mundo que vivimos necesita un papa más joven, lleno de salud, que esté dispuesto a tomar en sus manos un bisturí, bien afilado, para erradicar, quizá de un solo tajo, aquello que actualmente afea o ensombrece el rostro de la iglesia. La historia, en ocasiones demasiado tarde, termina por separar las especulaciones de los hechos reales, actitudes adversas y viscerales de juicios fundamentados, el amarillismo periodístico de aquellas opiniones emitidas con responsabilidad y, naturalmente, con el necesario conocimiento de lo que sucede.

No es mi afán echar leña al fuego. ¡Cómo podría hacerlo siendo parte de una misma fe y habiendo aceptado profesarla en las tormentas como también en las jornadas de bonanza; inconcebible que pretenda incendiar mi propia casa!

A mis compañeros de ruta, en el camino hacia Dios, de donde salimos y a Él llegaremos, van dirigidas algunas reflexiones:

-Nada de lo que sucede –y sucederá– está fuera de algo que no pueda volver a suceder o constituye un hecho, a pesar de lo sorpresivo, que pueda remover los cimientos de nuestra fe. Para nosotros, contemporáneos de este evento, se trata más bien de un privilegio, ser testigos por un buen tiempo, de la coexistencia –hablo solo en el plano de la existencia– de un pontífice emérito y del nuevo papa que será elegido en el mes de marzo.

-John H. Newman pensaba: para el que tiene fe mil objeciones no crean una duda; para quien no tiene fe mil pruebas no constituyen una certeza.

-Retirarse a tiempo: ¡qué lección! Ceder el paso a quien pueda cumplir mejor una misión: ¡qué sabiduría!

“La Puntilla de Santa Elena es una joya que debe brillar”.