En su mensaje para la Cuaresma, Benedicto XVI aparentemente se sale del habitual esquema de invitación a la oración, a la penitencia y a la limosna, para atender a los más necesitados. Con tono alegre y vital, el Papa relaciona la fe con la caridad, alejado de la aparente contradicción entre el apóstol Pablo y el apóstol Santiago. Pablo afirma que la fe es la que salva; no las obras. Santiago dice que la fe sin obras es muerta. Fe y las obras, expresión de la caridad, son inseparables. La fe es el seguimiento a Cristo, iniciado en un encuentro con Él. Seguimiento incluye obras buenas. Notemos que las obras buenas, por grandes que sean, son como nada, comparadas con la salvación, consecuencia del don de la vida divina. Con nuestras buenas obras no compramos la salvación, pero con ellas nos abrimos a recibirla. El encuentro con Cristo ilumina y mueve al creyente a servir por amor. Es decir: el amor al prójimo es fruto de la fe. “La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (1Tim 2,4). “Caridad es caminar en la verdad” (Juan 15,14). La fe nos hace acoger el mandamiento del amor: la caridad nos hace ponerlo en práctica con obras de servicio.

Los que pretenden que los creyentes nos encerremos en el templo pretenden, de hecho, impedir la vida cristiana, porque la vida cristiana es seguimiento a Cristo: Cristo no es solo Hijo de Dios, es también hombre, comprometido con la felicidad humana. Algunos desnaturalizan la fe cristiana, reduciéndola a plegarias; otros la desfiguran, reduciéndola a ayuda humanitaria.

La íntima relación de la fe con el amor (caridad) confirma la libertad de la fe. Así como el amor no se impone, la fe se propone, no se impone. Dios mismo respeta nuestra libertad y responsabilidad. Todo hombre es naturalmente religioso, se relaciona con un ser superior en múltiples formas religiosas, o credos. Unos fundados en huellas de Dios, que existen en toda cultura; otros, además, en manifestaciones (revelaciones) del mismo Dios. El cristiano debiera proponer a Cristo, partiendo respetuosamente de las huellas de Dios, que hay en otros credos.

Hay hechos que van descubriendo un plan gubernamental de desconocer las raíces cristianas en Ecuador y de imponer la ausencia de Dios. Se da prioridad a la descristianización de niños y jóvenes.

La familia, como es la primera que acoge la vida, acoge la dimensión religiosa de la vida; generalmente, es la primera en educarla. El Estado debe ayudarla, completando, sistematizando, integrando. Los estados totalitarios asfixian la libertad, imponiendo el molde único, preparado por ideólogos. Hay signos de que el Estado prepara la desaparición de la libertad educativa y la imposición de un Credo sin Dios, pues Dios imposibilita la justicia. Se abusa de los pobres, sometiéndolos con bienes económicos de todos los ecuatorianos, que debieran ser repartidos proporcionalmente a todos los estudiantes. A otros se distrae con concesiones transitorias. Ni el Estado, ni la Iglesia tienen derecho de imponer un credo.