Resulta increíble que tantos Ph.D. juntos comentan las torpezas que han abundado en los últimos días. Más sorprendente aún es que tantos pregoneros de la honradez asistan impasibles a lo que está pasando. El caso Delgado-Duzak ha servido para comprobar que un título no garantiza inteligencia y que la honestidad es una buena tarjeta de presentación en el estado llano, pero es papel higiénico en el poder. No se entiende de otra manera que ninguno de ellos haya salido por lo menos a desmarcarse si no a criticar y protestar enérgicamente por todo este enredo. Han mirado impasibles, como que no fuera con ellos, la cadena de actos vergonzosos que se ha ido eslabonando. Ni siquiera les mosquearon actos como el préstamo graciosamente concedido con garantía de empresas intervenidas (¿se habrán acordado de los préstamos vinculados?), la casita de clase media, el sueldo de la esposa que pasa mágicamente de mil y tantos dólares a seis mil, los fantasmas en la comitiva del viaje a Irán, el homenaje al primo donde la retahíla de insultos no dejó espacio para un solo argumento válido y la destitución de la funcionaria que “filtró información”.
Actitudes como esas solamente pueden tener tres explicaciones, que al final son una sola. Una es que no saben nada, no están enterados. Pero, esto es algo imposible de creer cuando son personajes que están conectados todo el día, a toda hora y en todo lugar. Disponen de la mejor tecnología y de jaurías de asesores que tienen la obligación de mantenerlos informados no al día, sino al minuto. Son maestros en eso que se llama la comunicación en tiempo real, así que no va por ese lado la pista, a menos que su forma de no saber sea la misma que rige en ciertas organizaciones de origen italiano.
La segunda explicación es que el famoso proyecto de la revolución es más importante que cualquier detalle sin importancia, como es un posible acto de corrupción en los altos niveles. Dentro de esa lógica, el reconocimiento de un error o, más grave aún, de un problemón como este equivaldría a regalarle un triunfo a la oposición. La negativa a discutir el caso en la Asamblea obedeció a esa posición y, claro, también a la orden perentoria venida desde ya se sabe dónde. Pero resulta poco aceptable que personas con trayectoria política y académica no reparen en que por negarle un triunfo a la contrarrevolución acepten una gran derrota de su propia dignidad. Esta es la que finalmente sale mal parada.
La tercera es más simple y consiste en la defensa del cargo actual y del que puede venir. En tiempos electorales es mejor no moverse porque hay el riesgo de no salir en la foto. Así que mejor calladitos y quietos, que el escándalo pasará y la mala memoria se encargará del resto.
Al final, las tres explicaciones confluyen en la ley de la omertà, ese código de honor de los que no tienen honor. No veo, no oigo, no hablo... no pienso.