La historia de la democracia contemporánea está llena de cuestionamientos al maridaje entre partido y gobierno. Ese fenómeno político, en que se borra la línea de separación entre la organización política y las instituciones estatales, ha sido señalado como la fuente de un amplio conjunto de vicios que erosionan los cimientos del régimen democrático. Sus efectos van desde la utilización indiscriminada de los recursos estatales hasta la restricción –o incluso la eliminación– del pluralismo, con la consecuente desaparición del principio básico de igualdad de todos los actores políticos. Por ello, cuando se ha señalado que esto ocurre, en cualquier país del mundo los acusados se han apresurado a negarlo y han apelado a todos los argumentos para desvirtuarlo. Basta recordar que los dirigentes del PRI mexicano se pasaron setenta años negando esa realidad, porque si la hubieran aceptado habrían tenido que reconocer que era un régimen de partido único.

En nuestro país, en cambio, esa alianza resulta lo más natural y es reivindicada como algo positivo. Ahora sabemos, por boca del propio líder, que el buró político del Movimiento Alianza PAIS es un órgano que está conformado por dos o tres ministros, el propio presidente de la República, el presidente de la Asamblea Legislativa, los gobiernos locales (representados por el alcalde de Quito y por el prefecto de Pichincha) y el secretario de Alianza PAIS. En ese esquema es imposible saber en dónde termina el movimiento político y dónde comienza el Gobierno, o viceversa. Si fuera un simple órgano de consulta del presidente, vaya y pase, pero hay que recordar que el buró fue conformado como la instancia máxima de su organización política, lo que incluso se expresó en la propia denominación (politburó) que tiene larga historia entre los partidos de izquierda.

Por tanto, clara y explícitamente reconoce que no existe la línea de separación con el Gobierno y que ambos se funden en un cuerpo que, además, siempre según sus palabras, no tiene otro origen que su propia voluntad. Él se reivindica como el creador de ese cuerpo y, por tanto, tiene la atribución de invitar a quienes considere fieles al proyecto y de excluir a quienes tienen opiniones divergentes. No es un órgano estable ni está sujeto a alguna norma. Depende simple y llanamente de su decisión personal. Por si quedaran dudas, para ilustrar esa potestad acudió al caso concreto de una asambleísta que se apartó de la línea establecida: “no voy a tener a una persona en la que no confío”, dijo de manera rotunda, siempre en primera persona del singular, por supuesto y entre los aplausos de los fieles.

Lo curioso es que la argumentación hacía referencia a una opinión que sostenía que Alianza PAIS no tenía las condiciones institucionales y organizativas que corresponden a un partido o a un movimiento político, mucho menos al que por el momento cuenta con el mayor caudal de votos. La reacción del líder no solo confirma esa apreciación, sino que la fortalece. “Se habla cualquier tontería”, dijo finalmente. Tiene toda la razón.