Por el lado que menos se esperaba, llegó la respuesta al llamado a la unidad de la oposición. La votación en la Asamblea demostró que ni siquiera el peligro inminente puede hacer posible ese milagro. Aunque ese miércoles se definía el futuro de la libertad de expresión y del acceso a la información (dos elementos sin los cuales no existe democracia), una parte de los asambleístas prefirió guiarse por sus bolsillos y otra parte por el brillo de unas bolitas de vidrio que nunca recibirán pero que encajaron perfectamente en su visión parroquial de la política.

Los primeros, como bien se sabe, no dejan huella pero son como las brujas del buen criado Garay, que de haberlas las hay. Tampoco es posible saber certeramente su número, aunque se asegura que su cotización se ha elevado porque ahora negociarán artículo por artículo y no en combo. Son los que siempre llegan a último momento con un voto o con una moción para cambiar el rumbo y salir airosos. Pero, en realidad, esos no tienen mayor importancia como fenómeno político. Los liborios, los sijuros y los clavijazos pasaron a la historia como adjetivos, pero a los seres de carne y hueso que les dieron vida ni siquiera se los recuerda como un sustantivo menos aún con un nombre propio. Ni en su momento ni después fueron un factor que hubiera que tomar en cuenta. Dieron su voto, hicieron las cuentas y desaparecieron de la escena.

En cambio, los otros sí son materia de preocupación porque tienen un puesto bien ganado en la política ecuatoriana. Pachakutik, el MPD y la Conaie no son invitados o colados de último momento. Expresan tendencias importantes del espectro ideológico nacional y tienen un arraigo social que no han podido conseguir muchos de los otros partidos y movimientos. Sin embargo, ellos fueron los que verdaderamente hicieron posible el triunfo del proyecto al que, minutos antes e incluso en la misma sesión, decían oponerse.

La primera explicación para esa conducta es que creyeron que el cuento de las frecuencias sería una realidad. Cuando leyeron apresuradamente que la tercera parte de las radios y de los canales de televisión sería para comunidades, imaginaron a los pueblos indígenas transmitiendo desde y hacia todo el país por medio de un sinnúmero de estaciones propias. Como estaba previsto, cayeron ilusamente en el juego de palabras que consistió en poner comunidad donde debía decir grupo u organización. La dimensión nacional de la marcha del mes pasado fue sepultada por el parroquialismo y la ingenuidad (el pendejismo diría una asambleísta). La segunda explicación es que en esas agrupaciones no existe un compromiso con la democracia. La vigencia de las libertades y de los derechos pasó a ser un elemento de segundo orden y quedó supeditada a asuntos intrascendentes.

Después de leer el comunicado de Pachakutik y las declaraciones del presidente de la Conaie, queda claro que de la dramática convocatoria a la unidad deberán excluir no solo a las brujas, sino también los líderes y partidos parroquiales.