Ninguna muerte puede ni debe alegrar a los seres humanos, pero asimismo hay vidas que, cuando concluyen, exigen un balance claro por el daño que causaron. Es el caso de Osama bin Laden, responsable de haber sumido en el llanto a miles de personas en varios puntos del planeta en nombre de su fanatismo.
No era un enemigo de Estados Unidos sino de toda la humanidad.
Diez años han debido transcurrir para que se recupere, al menos en parte, la tranquilidad. Uno de los peores asesinos ya no será amenaza. Falta mucho para concluir la pesadilla, pero estamos más cerca.
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Lo que ha ocurrido fortalecerá la política del presidente Barack Obama de no considerar la guerra contra el terrorismo como una operación puramente militar que no toma en cuenta los derechos humanos. Doble motivo entonces para mirar con optimismo el esfuerzo que todavía resta.