ARGENTINA |

Todos los próceres americanos han puesto a la prensa en un sitial esencial para las instituciones democráticas y republicanas, empezando por Thomas Jefferson, quien se sentía más cómodo en una tiranía con prensa libre que en una democracia sin periodistas. Ahora ha sido José Mujica, el presidente del Uruguay, quien acaba de asegurar que la mejor ley de prensa es la que no existe.

No sé si es por eso que hace tiempo que comparo a los medios de comunicación, pero sobre todo a los periódicos diarios, con otras instituciones de nuestras repúblicas de la América mestiza. Como Mujica o Jefferson, a mí tampoco me caben dudas de la condición esencial del periodismo en la defensa de las libertades públicas, en el control de los poderes, en la vigilancia de la gestión del Gobierno, en el servicio constante a los ciudadanos y también a quienes ejercen con honestidad el poder.

Hay una antigua institución muy parecida a los periódicos, aunque es bastante anterior a nuestras democracias tal como las conocemos. Es la Universidad. La libertad de cátedra, la creación de inteligencia colectiva, el servicio a la sociedad y la formación del ser de las personas tienen una similitud como la de un espejo con la prensa independiente. Quizá por eso no me explico por qué a un académico le puede costar entender esa libertad, ese servicio y esa misión excelsas. Y concluyo que quizá sea porque es más autoritario que académico (por si alguien está sospechando, me refiero a Ernesto Laclau, el profesor argentino neomarxista de la Universidad de Essex del que abrevan algunos de nuestros actuales gobernantes).

Pero la Universidad no es la única institución parecida a los periódicos. Ahora, a raíz del debate entre los contenidos de pago y los gratuitos, o entre los que discuten si puede o no puede haber periodismo sin fines de lucro (y no me sean suspicaces otra vez, que estoy pensando en la revista Mother Jones, de los Estados Unidos), me suelo imaginar a los periódicos como casas de comida. Es entonces cuando me pregunto si iría a comer a la fila de los homeless en el convento de las Esclavas de los Sagrados Corazones. Allí las monjitas dan de comer todos los días a una larga fila de desheredados que viven de la caridad en las calles de Buenos Aires. Nunca probé esa pitanza, pero la supongo suculenta y amable, como solo lo puede conseguir la caridad infinita de esas buenas hermanas.

¿Mejora o empeora el gusto a la comida su gratuidad? Les aseguro que agrega vértigo, aunque no sé si catalogarlo de dulce o salado. Lo supe un día que decidí probar que se podía comer gratis en los Estados Unidos: me colaba en los restaurantes de los hoteles cinco estrellas de Miami y comía a mis anchas como si fuera uno más de los pasajeros alojados en el hotel. Nadie pregunta nada si uno lo hace con decisión y está más o menos limpio y arreglado (ya lo de peinado no corre). Pero la mayoría de nosotros, cuando decidimos comer afuera de casa, elegimos el restaurante, pagamos lo que comemos y dejamos propina a los saloneros que nos han servido. Y algo más que tiene un interés muy especial para la prensa: elegimos casi siempre el mismo restaurante.

¿Por qué pagamos un restaurante, si las monjitas dan de comer gratis? Ya. Está bien. Hay otras razones. Entonces, hagamos la pregunta de otro modo: ¿Por qué elegimos a veces El Capi y otras Chez Stephane? ¿Por qué pagamos contentos un buen vino tinto y nos molesta que nos cobren por una cerveza mal enfriada? La metáfora del restaurante se aplica casi perfecta al periodismo y a la industria de los periódicos. Sin ser adivino ni hacer curso de mago, estoy en condiciones de asegurar que habrá periódicos sin fines de lucro el día que los restaurantes sean todos propiedad de las Esclavas de los Sagrados Corazones.

Así son los periódicos. Como restaurantes y como universidades. Los elegimos por su calidad y por el producto que nos dan, elaborado para nosotros con toda la pasión del mundo. Los buenos periódicos, como los buenos restaurantes y las buenas universidades, son también buenos negocios. Y también hay buenas universidades y buenos medios de comunicación del Estado y sin fines de lucro, igual que se puede comer donde las monjitas de la plaza Vicente López o robar desayunos en los hoteles de Miami.

¿Cuál es mejor la universidad y el mejor almuerzo?

La respuesta es muy sencilla de responder: depende de lo que elija el respetable público, soberano mandante del Gobierno, de la educación, de los almuerzos y de información pública. Claro, en un sistema democrático y republicano. Como el nuestro.