EE.UU. |

Estaba de vacaciones cuando surgió la historia sobre 11 rusos que habían sido acusados de ser agentes latentes, implantados en Estados Unidos por la dependencia de espionaje de Moscú para reunir información de inteligencia sobre Estados Unidos y reclutar agentes latentes que pudieran ganar acceso a nuestros máximos secretos. Mi primera reacción fue: este pudiera ser el mejor regalo para Estados Unidos por parte de un país extranjero desde que Francia nos dio la Estatua de la Libertad. ¡Aún hay alguien que quiere espiarnos! Justamente al tiempo que nos estamos sintiendo deprimidos y abatidos, aparecen los rusos y nos dicen que aún vale la pena pagar maletines llenos de dinero por implantar a personas en nuestros centros de análisis estratégico. Crisis hipotecaria o no, algunas personas creen que aún tenemos las cosas indicadas. ¡Gracias, Vladimir Putin!

Pero, luego de reflexionarlo, se me ocurrió que esto de hecho es una historia del tipo buena/mala noticia. La buena nueva es que alguien aún quiere espiarnos. La mala es que son los rusos.

Miren, si me hubieran dicho que acabábamos de arrestar a 11 finlandeses que estaban espiando en nuestras escuelas, entonces realmente me habría sentido bien; esto porque las escuelas públicas de Finlandia siempre quedan en la cima de las tablas de educación mundial. Si me hubieran dicho que 11 singapurenses fueron arrestados por espiar la forma en que nuestro gobierno funciona, entonces me habría sentido realmente bien, ya que Singapur tiene una de las burocracias más limpias y mejor administradas en el mundo, amén que les paga a los ministros de su gabinete más de un millón de dólares al año. Si me hubieran dicho que 11 chinos de Hong Kong habían sido arrestados por estudiar cómo regulamos nuestros mercados financieros, entonces me habría sentido en verdad bien; ya que es algo en lo que Hong Kong destaca. Y si me hubieran dicho que 11 surcoreanos fueron arrestados estudiando nuestra penetración de ancho de banda de alta velocidad, entonces me habría sentido realmente bien, ya que nosotros hemos estado a la zaga de ellos por largo tiempo.

¿Pero, los rusos? ¿Quién quiere ser espiado por ellos?

Si no fuera por el petróleo, gas y las exportaciones de minerales, la economía de Rusia se estaría contrayendo incluso más de lo que ya lo ha hecho. Las exportaciones más populares de Moscú hoy día probablemente sean las mismas que las de tiempos de Jruschov; vodka, muñecas Matryoshka y rifles Kalashnikov. No, toda esta historia de espías transmite la sensación de uno de esos importantes torneos de tenis –John McEnroe versus Jimmy Connors, mucho después de su mejor momento– o quizá un nuevo enfrentamiento entre Floyd Patterson y Sony Liston a sus 60 años de edad. Casi quieres desviar la mirada.

De la misma forma, le quieres decir a Putin: ¿Quiere decir que usted aún no lo entiende?

Todo lo que los rusos deberían querer de nosotros –la verdadera fuente de nuestra fuerza– no requiere de células latentes para ser penetrado. Todo lo que hace falta es una guía turística de Washington, D.C., misma que usted puede comprar por menos de 10 dólares. La mayoría de su contenido está en el Archivo Nacional: La Ley sobre Derechos, la Constitución y la Declaración de Independencia. Y el resto está en nuestra cultura y puede hallarse en todas partes, desde Silicon Valley hasta la Ruta 128 cerca de Boston. Es un compromiso con la libertad individual, mercados libres, estado de derecho, grandes universidades dedicadas a la investigación y una cultura que celebra a inmigrantes e innovadores.

Ahora bien, si los rusos empiezan a encontrar todo eso y llevárselo a casa, entonces tendríamos que empezar a considerarlos más seriamente como competidores. Sin embargo, existen pocas indicaciones de eso. De hecho, como notó en un reciente ensayo Leon Aron, el director de estudios rusos en el Instituto de la Empresa Estadounidense, el presidente ruso Dmitry Medvedev acababa de anunciar planes para construir una “Ciudad de la Innovación” en Skolkovo, en las afueras de Moscú. Esta “tecnópolis” está planeada como una zona de libre empresa para atraer al mejor talento mundial.

Solo hay un problema, destaca Aron: “La importación de ideas y tecnología de Occidente ha sido un elemento clave en las ‘modernizaciones’ de Rusia desde, cuando menos, Pedro el Grande a comienzos del siglo XVIII. Sin embargo, Rusia ha tenido un férreo control sobre lo que ha importado: máquinas e ingenieros, sí. Un espíritu de libre averiguación, un compromiso con la innovación exenta de ‘guía’ burocrática y, lo que reviste mayor importancia, fomento a empresarios valientes, incluso osados, que pueden tener la confianza de que serán los dueños de los resultados de su trabajo seguro que no. Peter y sus sucesores buscaron producir frutos sin cultivar las raíces. Solamente un hombre o mujer libre de temor y vigilantes puede erigir un Silicon Valley. Y en tiempos actuales en Rusia, cada vez es más difícil encontrar a ese tipo de hombres y mujeres. Empresarios rusos están invirtiendo muy poco en su país, más allá de sus necesidades inmediatas de producción”.

No, todo lo que los rusos deberían querer de nosotros es todo lo que no tienen que robar. De manera similar, es todo lo que nosotros deberíamos estar celebrando y conservando pero no lo hemos hecho en últimas fechas: inmigración abierta, excelencia educativa, cultura de innovación y un sistema financiero diseñado para fomentar una creativa destrucción, no “creación destructiva”, en las palabras del economista Jagdish Bhagwati.

Así que, sí, cambiemos sus espías por los nuestros. Pero también recordemos que ser espiados por los rusos hoy día no es un honor. Tan solo es un viejo hábito. Debido a que ya no son nuestros iguales, con la excepción del armamento nuclear, el cual es muy improbable que sea usado algún día. Los países que deben preocuparnos son aquellos cuyos profesores, burócratas, ahorradores, inversionistas e innovadores –no espías– nos están derrotando a plena luz del día en nuestro propio juego.

© 2010 The New York Times News Service.