Puse mi título en árabe (marhaba bikoum es saludo de bienvenida como welcome en inglés) para que los libaneses radicados en Ecuador me presten atención. En Marruecos vi nacer prácticamente los primeros versos de Abdelkrim Tabbal, me apasioné por la poesía, la música árabe que toqué con conjuntos locales. Es verdad que el mundo de Jalil Gibran, Omar Khayyam, Saadi, halló resonancia universal; sin embargo, al descubrir a Shakir Wa’el (egipcio) pero sobre todo a Joumana Haddad (libanesa) quedé intrigado. Más aún considero que Joumana es una de las mujeres más interesantes e importantes del mundo árabe actual, no solamente por escribir una poesía cautivante sino por tumbar con su revista, la que circula solo bajo suscripción, todos los tabúes sexuales que inhiben a tantas mujeres musulmanas. Mi sueño sería poder entrevistarla pero desdichadamente vive muy lejos de aquí. Quizás lo pueda hacer vía internet. “Cuando tus ojos se encuentran con mi soledad/ el silencio se convierte en frutas/ el sueño en temporal. Se entreabren puertas prohibidas/ el agua aprende a sufrir”.

Curiosamente la leo en francés, pues conseguí sus libros Le temps d’un rêve (El tiempo de un sueño), Invitation to a Secret Dinner. Últimamente leo mucho a los poetas de aquel rincón terrestre tan conflictivo. Mahmoud Darwish, poeta palestino escribe: “La guerra destruye nuestra obra de teatro para que la representemos sin texto ni guión/ hace un agujero en nuestra sombra para pasar de una puerta a otra”.

Joumana Haddad arrancó de un solo cuajo el árbol del bien y del mal, se liberó de su corteza predestinada al pecado nada original. Podrían haberle dedicado El Cantar de los Cantares; cincela como nadie la sensualidad, domina el arte de tocar, transforma lo que sus manos logran asir. Conoce “el secreto de los dedos que insisten”. Encuentro en ella a Antígona, Nefertiti, Pandora, con voces de Fairouz (Habaitak bel sayf) y Nancy Ajram (Ya Habibi Yalla) en el ambiente. Su poesía, a veces vacilante, puede temblar como la llama de una vela pero no inventaron aún el viento que pudiera apagarla: “Cuando me hice fruta/hombre y mujer fui concebida bajo la sombra de la luna”. En medio del desierto inventó su propio oasis; anclada en su siglo logra ser atemporal. “Cubrieron mi cuerpo de amuletos, untaron mi corazón con la miel de la demencia”.

Dispara sus versos con ritmo de teclado, laúd, metralleta. No le interesa saber de qué árbol cayó un día cualquiera, es libre, irreverente, con la audacia de quienes desgajan verdades: “Es el deseo que mueve montañas, no la fe”. Podría ser la mejor amiga de Isabel Allende, es árbol, fruta, también pantera, comparte el mismo sigiloso silencio pero acolita la rebelde tristeza de Alejandra Pizarnik, comparte el sueño de Saint Exupéry: “Ser responsable es llevar adentro a toda la humanidad”. Puede ser garúa, diluvio, brisa, huracán, no sabe de cadenas, conoce la inocencia de muchos errores.

Joumana Haddad, singular provocación a las impávidas estrellas, se convierte en la voz de todas aquellas mujeres que no se resignan al encierro. Probablemente le gustaría inventarse un nuevo pecado mortal.