En Nueva York ha habido un estremecimiento emocional desde que empezó a circular la noticia del fallecimiento de uno de los ex deportistas más queridos de cuantos hayan llegado por estas tierras. En Guayaquil y en el Ecuador entero donde tremole una bandera oro y grana y la gente tenga memoria sensible y gratitud habrá sido lo mismo. Galo Solís Grande, uno de los grandes de la era romática y heroica de Barcelona ha rendido tributo a la vida.

Quienes lo conocimos y tratamos de toda la vida podemos dar testimonio de la sencillez de este héroe deportivo porteño cuya clase admiramos en las canchas del país y luego en las de Van Cortland Park y Flushing en Nueva York cuando decidió, hace más de cuatro décadas, olvidarse del contiguo navegar en la Grancolombiana y doblar sus amarras en el puerto neoyorkino.

Galo Solís fue parte de la más prolífica generación de cracks que recuerde la ciudad: la de los "cadetes" del Panamá que formaron en 1940 Dantón Marriott y Pablo Ansaldo Garcés. Cientos de chiquillo llegaron al viejo estadio Guayaquil y cada uno era más endiablado que el otro en eso de hacer ilusionismo con la pelota y engañar con los botines y con el cuerpo. Se cansaron de ganar torneos los pequeños "panamitos" entre los que estaban Galo, Jorge y Enrique Cantos, Manuel Valle, Nelson Lara, Juan Casabona, Oswaldo Viteri, Juan Velasco, José Luis Rodríguez, Luis Ordoñez, Vicente Ricaurte, José Pelusa Vargas, Norman Zea y muchos otros.

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Los endiablados chiquillos tenían un destino de gloria y por eso empezaron a alternar en el Panamá viejo con Capitán Achocha Arosemena, los mellizos Mendoza, el Gato Alvarez y otros cracks mayores. En 1946 ya estaban listos para ser titulares cuando Federico y Jorge Muñoz Medina, presidente y técnico de Barcelona, los tentaron para pasar a la divisa oro y grana. Fausto Montalván, que ya estaba en Barcelona en 1945, fue el encargado de convenceer a sus ex compañeros y fue así como Romo, los Cantos, Valle, Ricaurte, Ordoñez, Lara, Pelusa Vargas y otros ficharon por el Barcelona.

La llegada de los "cadetes" marcó un antes y un después en la vida del club. Desde 1947 los ex panamitos se unieron a Sigifredo Chuchuca, Juan Benítez, José Jiménez, Manuel Nivela y Montalván y formaron el que estaba destinado a ser la mayor emoción popular en el fútbol del Ecuador: el Barcelona S.C.

Fue el que frenó al Emelec poderoso de los jugadores argentinos poniendo sólo a jugadores criollos. Por él nació el único Clásico del fútbol ecuatoriano: el del Astillero. La simbiósis de la divisa oro y grana y el rojo corazón del pueblo era perfecta, total, pero se engrandeció con la victoria ante Millonarios en 1949 y el título federativo de 1950, el primer en la historia del club.

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Las voladas de Romo, la sólida defensiva del Pibe Sánchez y Benítez, la clase armónica, veloz y eficiente de la línea media que formaban Montalván, Jorge Cantos y Solís, con los que alternaban Heráclides Marín y Manuel Valle, y la sinfonía de tejidas y goles del Quinteto de Oro: Jiménez, Cantos, Chuchuca, Vargas y Andrade provocaban emociones supremas en las graderías que se encendían con la famosa "Bicicleta" de Pajarito Cantos y los goles de Chuchuca que transformaban derrotas en sonoras victorias.

Solís estuvo en las selecciones de Guayaquil en 1948 y 1949 e integró la selección nacional a los Sudamericanos de Lima en 1953 y 1955. De esa incursión internacional del 53 quedó su excepcional partido ante Brasil cuando consiguió ganarle un duelo nada menos que a Waldir Pereira, Didí, como lo consagran las crónicas de la poca.

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Pasó a Emelec en 1954 donde se juntó con Bolívar Herrera en una gran línea media que apuntalaban Chompi Henríquez, Eladio Leiss, los Larraz, Júpiter Miranda, el Loco Balseca, Jaime Ubilla y el Flaco Raffo.

Dejó el fútbol cuando se hizo marino Mercante y tuvo que dejar al Favorira, equipo al que dirigió y condujo a ganar el ascenso.

Fue un grande en la historia de Barcelona y en la del fútbol guayaquileño y ecuatoriano. Su nombre está junto al de Chuchuca, el Pibe Sánchez, Manuel Valle, Pajarito y Jorge Cantos, Ñañá Marín, y a los de Montalván, Guido Andrade, José Jiménez, Juan Benítez, Enrique Romo y Pelusa Vargas en la memoria sin olvidos de un pueblo que los hizo sus ídolos.

Se ha ido Galo Solís y lo extrañaremos en las tardes de verano del parque de Flushing cuando nos alegraba la charla con sus anécdotas de los tiempos de oro de Barcelona y las selecciones.

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Que Dios lo tenga siempre a su diestra por todo lo que dio a su esposa, sus hijos, sus amigos y los millones de aficionados que lo aplaudieron en sus momentos de gloria.