Que los comités de soplones son necesarios para que no nos pase lo de Zelaya... Es increíble que se den este tipo de justificaciones. Es la actitud propia de las dictaduras que ven a sus pueblos como un rebaño que se traga cualquier cosa que se les diga.

La Corte Suprema hondureña declaró inconstitucional la pretensión de Zelaya de convocar a una consulta que buscaba indirectamente su reelección. Lo hizo porque allá sabiamente la Constitución prohíbe al Presidente buscar, incluso de manera indirecta, su reelección. Igual posición adoptaron el Tribunal Electoral, el Congreso Nacional y la Fiscalía.
¡Acá eso es impensable, por Dios!

Acá los magistrados de justicia se mueren del miedo antes de contradecir al Supremo. La Corte Constitucional es una alfombra sobre la que van y vienen los recaderos de Carondelet para obtener todas las sentencias, dictámenes e interpretaciones que les venga en gana. Las autoridades electorales parecen niños asustados de preparatoria. La Asamblea está controlada por marionetas con manos alzadas. Los órganos de control son semáforos dormidos que no los despiertan ni los peores atropellos al derecho público.

Y los militares –que han sido acusados de orquestar los sucesos de Honduras– acá gozan de buena salud petrolera; tanta que no les importó haber sido declarados traidores por su comandante en jefe.

En qué país del mundo puede admitirse públicamente que los dineros de la campaña electoral fueron usados para comprar diputados, y nada pasa. En qué país puede entregarse para hacer un puente la mitad de su valor como “anticipo”, y nada pasa. En qué país puede borrarse evidencias de unas computadoras de la Policía que implican a amigos del Gobierno con los narcoterroristas de las FARC, y nada pasa. En qué país, un gobierno manda a sacar a patadas a los magistrados de un Tribunal Constitucional, y nada pasa.

En qué país se le entrega la operación de un proyecto hidroeléctrico innecesario, pero convenientemente gigantesco –y cuyo costo, financiado por unos chinos, crece milagrosamente por millones cada día– a una empresa como Enarsa, y sin embargo, nada pasa.

Creada hace apenas cinco años, bajo la administración Kirchner, carente de toda experiencia técnica, y conocida internacionalmente por el famoso maletín lleno de dólares enviado desde Caracas a Buenos Aires, en plena campaña electoral, Enarsa fue escogida no por una licitación sino por el cuento de que es estatal. La hija favorita de los ahora millonarios esposos Kirchner –una de las sociedades conyugales financieramente más exitosas del planeta– y que estarían planeando una envidiable jubilación.

Lo que más temen los enloquecidos por el poder es el final abrupto de esa orgía de descontrol que se desata a la sombra de los demagogos carismáticos. Si no pregúntenselo a los sobrevivientes del cuarto velasquismo que todavía andan por allí merodeando.

Tiene sentido, entonces, que traten de meternos miedo con los comités de soplones y de amordazar a la prensa para que jamás se repita la denuncia del Expreso y otras. Hay mucho que defender.