El arte y sus distintas manifestaciones, sea literatura, cine, pintura y otros géneros, han reflejado desde diversas aristas el impacto de las epidemias sobre el ser humano.

En la literatura se puede rastrear esa simbiosis desde los tiempos bíblicos.  Enfermedad y muerte adquieren tintes de religiosidad. La peste es un simbolismo de castigo divino por los pecados del ser humano en la tierra y toma fuerza en la época medieval, durante la expansión de la peste negra, que causó la muerte de millones de personas en Europa.

Esta sirve de marco para dos obras literarias básicas en la historia de la literatura, El Decameron, de Boccaccio (1353), y Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer (1378), colección de cuentos narrados por personas que huyen de una tierra asolada por la peste y que pasan el tiempo contando pequeñas historias cargadas de humor y picardía. El director Pier Paolo Passolini dirigió dos películas maestras inspirándose en estas obras.

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En la época moderna, la búsqueda de explicación de las epidemias va poco a poco alejándose de ese tinte religioso y comienza a florecer el debate entre razón y religión, y eso se plasma en distintas obras literarias. Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, nos trae la obra Diario del año de la peste (1772), un relato cruel y descarnado de los estragos causados por la bubónica en Londres, en 1665. El escritor británico no escatima detalles al describir el horror que asola la ciudad y que la llena de cadáveres. Es una obra narrada en forma de una crónica periodística.

Durante el siglo XIX y XX, en apogeo del racionalismo y los avances científicos, una mujer con inquietudes literarias, Mary Shelley, escribe una novela premonitoria, titulada El último hombre (1826), pieza sobrecogedora que narra la expansión en el año 2070 de un extraño virus por toda Europa, lo que provoca la desaparición de la raza humana. En medio de ese escenario apocalíptico, solo un hombre logra sobrevivir y cuenta la terrible historia. Novela llena de simbolismos políticos y filosóficos, es junto con Frankenstein la iniciadora del género de ciencia ficción.

El siglo XIX fue el boom de las novelas vampíricas, como Drácula, Carmilla y otras. Los críticos ven en esas obras metáforas sobre enfermedades, como la peste o el sida en la actualidad, que contaminan la sangre y que llevan a la muerte en vida.

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El relato de Shelley sirve de base para el llamado subgénero apocalíptico del que se nutre la ciencia ficción. Obras como Soy leyenda (1954), de Richard Matheson, hablan del futuro del ser humano. Esta es una narración sobre una plaga letal y desconocida que convierte a las personas en vampiros. El protagonista, único sobreviviente, es inmune al mal y se dedica a matar a los infectados. La obra de Matheson ha sido llevada al cine en tres ocasiones.

En La peste, del escritor Albert Camus (1947), novela que se aparta del género de la ciencia ficción, se plantea un dilema moral y un enfrentamiento entre la razón científica y la fe, cada una de ellas representadas en un médico y un sacerdote que buscan ayudar a las víctimas de una epidemia en una ciudad de Argelia.

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La novela Muerte en Venecia (1912), del alemán Thomas Mann, recrea los últimos momentos de la vida de un intelectual otoñal que ve en un joven polaco ese oscuro objeto de deseo que lo lleva a la muerte víctima del cólera. Este libro fue llevado al cine por Luchino Visconti en 1971.

La visión de José Saramago, en su novela Ensayo sobre la ceguera (1995), trasladada al cine por Fernando Meirelles, es bastante pesimista sobre la naturaleza humana frente a la enfermedad. Una plaga de ceguera hace brotar los instintos más primitivos del ser humano convirtiéndolo en un depredador, donde solo unos pocos conservan su condición de personas.

También podría ubicarse en esta categoría la última novela de Corman Mccarthy, La carretera, sobre la desolación del planeta después de una guerra nuclear y en la que un padre y su hijo tienen que luchar por su supervivencia en una tierra infestada de caníbales.

Gabriel García Márquez relata una historia de amor imposible teniendo como escenario una epidemia de cólera, ocurrida en 1849 en Cartagena de Indias, en su novela Amor en los tiempos del cólera (1985).

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El escritor ambateño Luis A. Martínez en su novela A la costa (1904), precursora del realismo social en el país, trata sobre la migración serrana al trópico después del triunfo de la Revolución Liberal. En esta, uno de los protagonistas, Salvador, muere por una epidemia de malaria.

A pesar de los avances de la medicina y de la tecnología, las enfermedades, en la vida real o en la literatura, demuestran lo frágil que puede ser el equilibrio que el ser humano ha construido.