Durante dos años y meses los periodistas y los dueños de los medios de comunicación hemos vivido en un clima de tensión permanente, aguantando los insultos personales de un Presidente de la República que se burla de los defectos físicos de las personas, atemorizados por el juicio al diario La Hora y otras maniobras parecidas, o soportando las insolencias de los correístas fanáticos que se esconden tras el anonimato de un correo electrónico o una llamada telefónica. Es difícil trabajar en circunstancias así. Periodistas y dueños de medios podemos cometer errores. Nos caemos a veces. Retrocedemos. Pero luego volvemos a levantarnos.

Apresurarse a juzgar por esas debilidades a unos y otros desde afuera, sin conocer los pormenores, y sobre todo ignorando las terribles presiones a las que estamos sometidos, sería un gravísimo error. Lo que sí podemos constatar es que paulatinamente, casi sin querer, el país se fue quedando a solas con unas pocas voces en el periodismo de opinión que han defendido la democracia, la de Carlos Vera, Jorge Ortiz, Carlos Jijón, Jorge Vivanco, Alfredo Pinoargote, y alguno más.

La de Vera, sin embargo, tuvo la virtud de propinarle golpes tan duros a la demagogia de Correa y a su proyecto totalitario, que enfureció al Presidente de la eterna sonrisa. Cuántas horas habrá mascullado el jefe de la Revolución Ciudadana su veneno contra el pitufo valiente que no lo dejaba dormir. Les prohibió a sus colaboradores más cercanos que acudan a ‘Contacto Directo’ (mientras no se postulasen como candidatos, desde luego). Repitió toda clase de bromas estúpidas sobre su barba, su estatura y su vida personal, y hasta le dedicó en público, para vergüenza ajena de millones de ecuatorianos, un poema mal copiado. Carlos Vera se le volvió una obsesión, más que política, personal.

Que Vera es “vanidoso” y “exagera”, escucho decir ahora a los pocos despistados que se alegran. La vida me enseñó que solo a las cocineras y a las empleadas domésticas se les perdona que juzguen a los personajes públicos con esos parámetros tan banales. Vera nunca denunció a ningún funcionario de este Gobierno sin aportar pruebas contundentes, nunca faltó a la verdad sobre lo que hacía o dejaba de hacer Correa, y lo más importante, siempre ubicó sus críticas en el contexto del interés general; para mí, eso lo convierte en uno de los grandes periodistas de esta época y a su silencio, en una victoria del más grande enemigo de la libertad de expresión que haya existido en el Ecuador contemporáneo.

“Cuando calla el cantor, calla la vida, porque la vida misma es como un canto”. La hermosa canción de Horacio Guaraní no es más que eso, una linda melodía; porque para bien o para mal, la vida nunca se detiene, no importa quién sea el que vocifere o quién se vea obligado por las circunstancias a acallar su voz. Pero hay silencios y silencios. Algunos pasan desapercibidos. Otros, en cambio, hieren gravemente a la democracia.

Afortunadamente, son golpes de los que al final siempre acabamos por recuperarnos. No sé qué tiene la libertad, que inevitablemente renace de su tumba. Será que es terca y persistente, como toda virtud humana. Por eso estoy seguro de que a Carlos, más temprano que tarde, lo veremos de nuevo en su tribuna, enfureciendo desde allí a los sátrapas de la política.