En todo caso, la palabra adviento (que viene del latín  adventus  y significa “advenimiento”) está sin duda conectada con una lógica costumbre de la antigua sociedad romana: cuando algún notable personaje –por ejemplo, un alto funcionario– anunciaba su llegada a una ciudad, los responsables romanos, tan prácticos y ordenados, comenzaban los preparativos para recibirle bien: con galas en las casas, con arcos en las calles, con cantos y otras cosas más.

De aquí tomaron los cristianos la palabra y la actitud para acoger a Cristo. Tanto en primera venida –la que se conmemora en Navidad– como en la que tendrá lugar cuando se acabe el mundo. En uno y otro caso, la venida del Señor requiere no dormirse.

Mas como nadie sabe cuándo va a venir Jesús para juzgar al mundo, en seguida comenzaron los cristianos a fijarse en el encuentro que se tiene con Jesús cuando uno muere: también para ese encuentro –cierto y a la vez incierto– debemos prepararnos responsablemente. Es decir, también ha de vivirse, a la espera del instante en que el Señor nos llame a su presencia, un “adviento permanente”.

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Este adviento “permanente” supone aprovechar las gracias que el Señor nos da. Supone recibir a Cristo lo mejor posible, cada que viene a nuestras almas. Bien sea en la sagrada eucaristía, bien sea cada vez que nos sugiere una mejor conducta. De modo que la vida entera, hasta el postrer instante, viene a ser un sostenido adviento.

San Bernardo describió los tres advenimientos (y también los tres advientos) en un sermón famoso del que transcribo un fragmento.
“Conocemos –predicaba el santo Abad de Claraval– tres venidas del Señor.

Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquellas son visibles, pero esta no. En la primera el Señor se manifestó en la tierra y vivió entre los hombres, cuando  –como él mismo dice– lo vieron y lo odiaron. En la última ‘contemplarán todos la salvación que Dios nos envía y mirarán al que traspasaron’. La venida intermedia es oculta, solo la ven los elegidos, en sí mismos. Y gracias a ella reciben la salvación.

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En la primera el Señor vino revestido de la debilidad de la carne; en esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia, en la última vendrá en el esplendor de su gloria. Esta venida intermedia es como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera Cristo fue nuestra Redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo”.

En el primer domingo del Adviento, el Evangelio este año –tomado de san Mateo– nos habla más directamente de la venida postrera: “Estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del Hombre”.

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Pero como este “prepararnos” para el fin de nuestro mundo ha de ser una actitud estable y permanente, también nos habla de corresponder con seriedad a su venida intermedia.