Una imagen que resume la trascendencia de Metallica: en un costado del escenario, a cuatro o cinco filas del borde de la tarima, un hombre bien pasados los cuarenta años tiene sobre sus hombros a un niño que no pasa de los 12. Ambos con la camiseta de la banda, cantan a todo pulmón 'Sad but true', mientras a diez metros de ellos, Robert Trujillo, que parece destrozar el bajo, hace un alto en su cara de malo y le regala una sonrisa al pequeño fanático.