¿Pueden 42 segundos cambiar la perspectiva de la vida? Ese tiempo duró el terremoto del pasado 16 de abril y desde entonces nada parece ser igual para muchos, muchísimos ecuatorianos. Y no solo se trata de quienes son víctimas directas del movimiento telúrico que desoló a Manabí y parte de Esmeraldas, sino de millones de habitantes del país que ahora hablan más del amor por la familia, la valoración de la vida y la solidaridad.

“Cuánto amo a mi familia, a mis hijas, a mi madre, a mis hermanos, a mis hermanas, a mis sobrinas, a mis sobrinos, tíos, tías, primos, primas... Gracias, Dios”, escribió Oswaldo en el grupo familiar de WhatsApp cuando se cumplieron ocho días del terremoto, desatando una fiebre de confesiones de cariño entre sus parientes.

Hace dos días Marlene comentaba a una amiga cómo le costaba dejar a su hija de 13 años para salir a trabajar después de aquellos 42 segundos. Y como ella, su esposo vuelven lo antes posible a casa para compartir la mesa, una costumbre que retomaron tras el sismo.

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Martha, en cambio, se queja de que su novio de más de tres años no la llama a diario como antes del terremoto. Él dice que debe estar más pendiente de sus padres y hermanos que viven en Manabí. Oswaldo y Marlene residen en Esmeraldas y Guayaquil, en su orden.

El sociólogo Sebastián Salazar sostiene que un terremoto es un acontecimiento que cambia muchas relaciones. “Inicialmente hay una valoración de vida, de la comunidad, elementos de empatía que se expresan en la solidaridad, la gente se conmueve”.

Las personas que han sido víctimas directas de la tragedia van a valorarse al decir “finalmente estoy vivo, finalmente tengo a mi familia y los que están al lado no la tienen, se han quedado huérfanos o han perdido a sus hijos”. Esto también impacta a los que ven de lejos el drama. Para los últimos será por un tiempo, advierte, porque con el pasar de los días regresarán a su cotidianidad.

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A Salazar le preocupan los problemas que suelen presentarse en la reconstrucción del tejido social y material. Como ejemplo menciona que a un albergue van personas de diversas costumbres, niveles socioeconómicos distintos, pero este momento todos están juntos y puede haber manifestaciones de estrés como agresiones, situaciones de vulnerabilidad para niños, niñas y adolescentes, sobre todo en el tema sexual.

La psiquiatra Julieta Sagnay considera que hay dos tipos de cambios en circunstancias como las actuales: unos pueden volverse indiferentes por la negación que hace pensar “esto no me va a pasar a mí” y otros se van a preocupar demasiado, dando un giro de 180 grados y queriendo estar incluso en el sitio para ayudar. En menor grado, señala, están los que aparentan solidaridad.

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Como parte positiva adicional menciona “que a algunos los puede llevar a ver la vida de otra manera, a disfrutarla (...). No perder el tiempo en cosas superficiales”.

Sagnay refiere las diferencias entre los que se marcaron para bien y los que son muy sensibles, que crean fobia y pánico al nivel de buscar cambios de casa a planta baja, como asegura está pasando. En esos casos requieren ayuda profesional.

Sagnay y Salazar coinciden en que ahora se creará una cultura de desastres, en que los ciudadanos estarán más preparados para una reacción, como ocurre en otros países. (I)