Este personaje que también se lo llama aricuchico o el hombre campana tiene un simbolismo especial en las comparsas y desfiles de comunidades rurales de las provincias de Pichincha e Imbabura, que en junio dedican sus festividades a san Juan Bautista y san Pedro.

Este disfrazado viste sobriamente y sobre sus hombros lleva un cuero de res en el que aparecen amarradas en hileras muchos cencerros o campanillas de bronce que, al chocar persistentemente cuando su dueño está bailando con vehemencia, dejan escuchar un particular sonido que sobrecoge.

En Cayambe, los aruchicos realizan la representación de tomarse la plaza; además lucen en sus cabezas un sombrero de paño con cintas multicolores, llamativos chales y caretas de malla de alambre, que últimamente han descartado para usar gafas.

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El zamarro de borrego, las zapatillas que usan y la infaltable guitarra en sus manos son otros de los elementos inconfundibles de este disfrazado, que participa en los festejos de distintos pueblos del callejón interandino.

Los aruchicos o aricuchicos –pues son varios los que participan en los festejos– representan a los hechiceros o brujos partidarios del bien y las actitudes positivas, y por eso las campanillas sirven para ahuyentar a los malos espíritus y su influencia negativa.

Con la presencia de los aruchicos que encabezan las comparsas, el vecindario y priostes anuncian las fiestas de san Juan y san Pedro, aunque también su danza encierra una expresión ritual sobre la cosecha.

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Los diablumas y payasos, otros disfrazados que integran en auto popular suelen acompañar o estar cerca de los aricuchicos.

En la actualidad se han introducido ligeros cambios en la vestimenta de los aruchicos, según la localidad de donde proceden.