Antes de imitar a Leonardo Favio, Roy Otero Montero interpretaba al cantante español Raphael. Lo hizo desde niño, en festivales escolares y colegiales, hasta que a sus 20 años sorpresivamente quedó afónico.

“A los dos días -contó el imitador- me salió la voz que tengo actualmente. Se me quedó esa voz, se me penetró y tuve que cambiar de artista”. Entonces escogió al argentino Favio.

Han pasado 21 años desde entonces y hoy Otero es el mejor imitador del país, así declarado el domingo pasado por el público del reality “Yo me llamo”. El ganador, que se ayuda de un bastón para caminar como consecuencia de una poliomielitis, ofreció los  $ 9.500 que obtuvo a su fundación, que ayuda a personas discapacitadas en Huaquillas (El Oro), su ciudad natal.

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Para coronarse, Otero tuvo que enfrentarse en la gala final contra Ricardo Plúas, más conocido como Shalo, que ha imitado al argentino Sandro por 12 años de manera profesional; y a Renato Abad Fonseca, que hacía del chileno Américo.

En la primera ronda de la final, los tres finalistas interpretaron un popurrí de tres canciones. Abad tuvo un problema, un cambio de tono que fue observado por los jueces Alberto Plaza y Jordana Doylet. Tras la presentación, la votación del público le dio a Abad el tercer lugar.

Ya en camerinos (que olían a sudor, muestra del intenso trabajo de producción), Abad se mostró sonriente. Para él, el tercer puesto es un gran logro. De hecho, ya tiene copada su agenda de presentaciones hasta abril del próximo año y lanzará nuevas cumbias. Adaptará canciones de otros ritmos que han tenido éxito en el país.

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Con respecto al inconveniente del tono, contó que fue un problema técnico, que la segunda canción de su popurrí subió medio todo y eso hizo que pierda la referencia para entonar su voz. “Puede que eso haya afectado algo a la votación del público -manifestó-, pero llegar hasta acá es ya lo máximo”.

Descalificado Abad, las votaciones se reiniciaron desde cero para que Otero y Plúas se enfrentaran a duelo. Shalo -que en su carrera cultivó fama nacional y viajó a varios países del continente, incluso a Argentina, donde se presentó en el programa televisivo de la vedette Susana Giménez- interpretó “Una muchacha y una guitarra”.

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Otero cantó “Mi amiga amante niña”. El clímax de su presentación llegó al final, cuando con su voz entrecortada por el llanto se arrodilló en el piso.
La votación del público dio el trofeo a Otero. Tras la noticia, cargando su cheque gigante de $3.000, Shalo ingresó al camerino donde reinaba un profundo silencio, extraño al intenso ajetreo que se había vivido durante toda la jornada y que se rompió con los aplausos de la gente de producción. Shalo se veía triste.

¿Cómo te sientes? “Un poco decepcionado, la verdad, porque más que el premio lo que yo quería simplemente era el cariño del público, que pensé que estaba presente -contestó-. Pero veo que hay otras circunstancias que hacen cambiar al público”.

¿A qué circunstancias te refieres? “No me gusta hablar de esas cosas, pero donar el premio o prestarse para dar a ciertas fundaciones, o qué sé yo... -declaró-. Yo soy un cantante, no soy un teatrero. Yo respeto mucho si me ganara una persona cantando, pero bueno, cada quien tiene su mejor manera para llegar al público”.

Minutos después ingresó Otero. Las llamadas de felicitaciones le llovían. Esquivando algunas, contó la anécdota de cuando conoció a Leonardo Favio. Otero tenía 11 años. Iba en bicicleta por las calles de Huaquillas cuando vio que una furgoneta se estacionó en el hotel más lujoso de la ciudad. De ella se bajó el argentino.

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El niño llamó la atención del cantante llamándolo por su nombre. “Tan pibe y conocerme”, le respondió el famoso sorprendido. “¿Qué es pibe?”, le cuestionó Otero. “Muchacho lo dicen ustedes”. Y a la respuesta, cuenta el imitador, le siguió un abrazo, una caricia en su cabeza y esta frase: “Te pareces mucho a mí pibe, eres idéntico”.