Chavela Vargas, esa “dama de poncho rojo, pelo de plata y carne morena”, como la describió Joaquín Sabina en Por el bulevar de los sueños rotos, nació en 1919 en Costa Rica, pero a los 14 años ya estaba en México.

Allí fue cocinera, chofer, costurera y vendedora de ropa de niños hasta que a los 30 inició su vida artística, a pesar de que sus conocidos en el medio le decían que “cantaba horrible”.

Chavela se envolvió en un jorongo (poncho) y presentó La Macorina y otras canciones como La Llorona, Piensa en mí, Paloma Negra y Volver, volver por México, España, Argentina, Venezuela y Estados Unidos.

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“Todo lo que cantó, lo cantó en primera persona, con compromiso, de una manera arriesgada y logrando que nadie se quedara impasible cuando la escuchaba”, dice Inma Serrano, quien será conductora de un homenaje a un año después de que el mundo la perdiese.

Serrano la conoció en Madrid en 1992 y en ella se percibe el respeto por esa “mujer arrolladora” y de “gran personalidad”. Su voz, añade, “era de verdad, era la voz del corazón, una voz transgresora tanto como su mensaje, una voz de compromiso, que miraba a los ojos, que llegaba directa, sin mentiras, sin trampas ni cartón”.

“Era una leyenda viviente” también en España, explica Miguel Peña, uno de los “macorinos” que tocó con ella desde el 2003 y que solo guarda buenos recuerdos de la “gran mujer”.

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La muerte de su “cuate”, el autor José Alfredo, y el miedo a enfrentarse al público la hundieron en el alcohol, del que emergió con ayuda de la actriz y directora Jesusa Rodríguez.

Con homenajes y premios, apreció el cariño de la gente. En un concierto dijo: “Amo en ustedes una cosa muy importante: que no me quieren por lo que soy, sino por cómo soy. Eso es lo que yo agradezco”.