La cebolla es escarcha / cerrada y pobre: / escarcha de tus días y de mis noches. / Hambre y cebolla: / hielo negro y escarcha / grande y redonda. / En la cuna del hambre /mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba. / Pero tu sangre / escarchaba de azúcar, / cebolla y hambre.

Las Nanas de la cebolla es un poema precioso escrito por Miguel Hernández en la cárcel franquista, cuando su apoyo a la República lo condenó a la soledad y muerte por tuberculosis. Él escribe su pena como respuesta entrañable al relato de su amada que se alimenta con cebollas para mitigar el hambre y pobreza que sufre junto a su hijo de pocos meses. El poeta nos enrostra ya por más de un siglo la inequidad que afecta de peor manera a mujeres y niños, siendo más cruel durante las guerras.

Esas guerras lejanas lideradas por criminales que se expresan con armamentos de fuego y sangre, que en pocos días arrasan con vidas y el futuro de millones.

Así los 400 mil niños muriendo en el genocidio ya por siete años en Yemen. Algunas de las que no oímos: la víspera de la invasión de Putin a Ucrania, los talibanes sacaron de clases a las niñas en Afganistán incumpliendo la promesa de permitir su educación, mentira de campaña que hicieran apenas seis meses antes, al ganar las elecciones. Solo en este mes de guerra, la mitad de los niños ucranianos han sido desplazados.

Pero las guerras pueden ser lentas, como la que tenemos en Ecuador. Solo esta semana cuatro niños fueron mal heridos, dos muertos a manos de sus padres, dos lograron salvarse de la venta por un par de miles en un mercado por su propia madre, y la bala de un sicario que mató a otra pequeña por estar cerca de la víctima escogida por los criminales. El Estado ecuatoriano no los protege de esa violencia, como tampoco evita –desde hace ya décadas– que el Ecuador sea el segundo peor país en las Américas en desnutrición infantil y en embarazo adolescente.

Estudios publicados en las mejores revistas científicas de medicina –Lancet, NEJM, Heart, etc.– muestran los devastadores efectos del estrés y la guerra en los niños. Acortarán sus vidas incluso después de dejar de silbar las balas: 24 % en cambios cognitivos, 22 % de aumento en enfermedades mentales y la posibilidad de muerte temprana por enfermedades cardiacas y otras patologías crónicas. Cada día que pasa es más normal ver escenas de guerra, sean lejanas o locales; será también normal ver perder billones en desarrollo y millones de vidas en consecuencia.

Desperté de ser niño. / Nunca despiertes. / Triste llevo la boca. / Ríete siempre. /Siempre en la cuna, / defendiendo la risa / pluma por pluma. / Frontera de los besos / serán mañana,/ cuando en la dentadura / sientas un arma. / Sientas un fuego / correr dientes abajo / buscando el centro. / Vuela niño en la doble / luna del pecho. / Él, triste de cebolla. /Tú, satisfecho. / No te derrumbes. / No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre.

Si la sociedad fuera juzgada por su trato a los niños, el fracaso de casi todos sería tan inocultable como estruendoso. Pero se necesita mucho más que vergüenza para cambiar las guerras contra los niños. (O)