La idea se cristalizó con el triunfo de Bolsonaro. Aunque venía gestándose desde la ventisca de Trump, desde el matrimonio del príncipe Harry, desde la discusión sobre los sorbetes de plástico. ¿Qué relaciona realidades tan dispares? Precisamente la dispersión. Las redes sociales han dado “voz” a los que con razón no la tenían (me incluyo, por supuesto). Y no solo eso. Sino que a los que parecían tener “razón” para esa “voz”, el vértigo de la inmediatez los redujo al mismo fango. Está claro que lo importante es decir lo que uno piensa (en ese segundo, con esa dichosa ignorancia, bajo los efectos de esa mala noche, con ese desparpajo). Sea verdad (o razonable, como mínimo) lo dicho, importa poco. La frase se pierde en la perpetua línea de tiempo de Twitter o Facebook. Lo que importa es decir lo que uno piensa, sentir, palpar la libertad de expresión. Decir, que puede ser ironizar lo mismo que insultar.

En fin, que opté por una semana de “retiro”, dicho de alguna manera. Claro, no fue una decisión inmediata. Inicié rememorando la prudencia de un Wittgenstein que luego de toda una vida de reflexión apenas escribió su Tractatus y poco más; o los dieciocho años de Adán Buenosayres, o los sesenta del Fausto de Goethe; ¡Lezama Lima solo publicó en vida una novela: Paradiso! Alberto Magno ya advertía de la futura prolificidad de un joven Tomás de Aquino que guardaba silencio en clase. No obstante el calor esperanzador de esos ejemplos, necesitaba a lo menos un incendio. Entonces opté por una semana de “ayuno” de redes, que se reveló corta.

“To see a World in a Grain of Sand / And a Heaven in a Wild Flower / Hold Infinity in the palm of your hand / And Eternity in an hour”. Los versos son de William Blake. Eso reencontré en la naturaleza abrumadora de la Costa. Un silencio, a más de sumamente locuaz, esencial. Mientras pensaba en estas líneas escuché la música nostálgica de Ólafur Arnalds, el compositor islandés. Confieso que llegué a querer bautizar esta columna de “Ólafur Arnalds y la banalidad de nuestros gritos”, al final el tema se desbordó. Escuchando Arnalds (paradójico facilitador del silencio) caminaba al caer la tarde en Guayaquil, y observaba el turbio sol, las ramas tranquilas. Pensé que todo era tan banal, todas nuestras palabras, nuestras discusiones. Hay un misterio mayor en la naturaleza, en la brisa, en las estrellas. En el silencio. Algo más importante que nuestros chillidos sin eco. All we are is dust in the wind.

Es interesante pensar que la palabra reflexión se refiere al reflejo. No a una subjetividad hinchada y arrogante, desparramada en odiosos y apresurados tuits. Reflejo, ¿de qué?, de las cosas, de la realidad. Reflexionar es volver una y otra vez a la realidad, porque ella interesa, no nuestras ideas. Interesa la obra de arte, no nuestras reducciones de ella. Declaramos e insultamos con ligereza, cuando ni nosotros sabemos bien qué queremos de la vida, el misterio aún no lo resolvemos. Y parece que tampoco lo queremos resolver.

No por nada decía Pizarnik que la verdadera “rebelión consiste en mirar una rosa / hasta pulverizarse los ojos”. (O)