Con el pasar de los años llegué a adoptar un escepticismo absoluto. Quizás por haber nacido en la tierra de Descartes dejé a un lado todo lo que no se puede demostrar. Supongo que la duda es la piedra angular del conocimiento. Veo que la credulidad en nuestro planeta alcanza ribetes de gran popularidad. Revistas o diarios considerados como serios no vacilan en publicar horóscopos, ciertos presidentes se dejaron influenciar por clarividentes, fuentes de la Casa Blanca admitieron que “este era un secreto muy bien guardado porque la gente podría malinterpretarlo” y dijeron que el presidente Ronald Reagan aprobaba las consultas de su mujer con los astrólogos. Lo propio sucedió con George Bush. Si recibimos al nacer la capacidad requerida para investigar, luego dudar, nadie puede reprocharnos haberlo hecho. Jorge Luis Borges dijo que “la duda es uno de los nombres de la inteligencia”. Aristóteles ya había indicado que “el sabio duda y reflexiona”, Voltaire pensaba que “la ignorancia afirma o niega rotundamente, la ciencia duda”.

No poseo pruebas convincentes de que pueda existir otra vida después de la terrenal, pienso que ha de ser un gran consuelo imaginar que podremos encontrarnos con nuestros familiares, y por qué no, con Leonardo da Vinci, Beethoven, Vicente van Gogh y Sócrates. Suena lindo como un cuento de Perrault, pero no cabe en mi cabeza. El paraíso como lugar de eterna felicidad se desvanece a medida que la sonda Voyager One a más de 20.000 millones de kilómetros de la Tierra no encuentra querubines o serafines, ya sabemos que el universo puede carecer a la vez de principio y de final, puede haber existido desde siempre, de acuerdo con un nuevo modelo que aplica términos de corrección cuántica para complementar la teoría de la relatividad general de Einstein. La idea que tenemos de que todo debe tener una causa proviene de nuestra mortal limitación, el vacío cuántico representa la nueva visión que tenemos del cosmos.

La Iglesia tendrá que reconocerlo, así como tuvo que revisar sus conceptos frente a Galileo, Darwin, Teilhard de Chardin y el mismo Big Bang, llamado gran explosión. La ciencia moderna afirma que el universo estaba en un estado de muy alta densidad y luego se expandió. No creo en el fin del mundo aunque pueda imaginar que la Tierra pudiera desaparecer. Nosotros, tan prepotentes, nos consideramos como el mundo mismo, siendo tan solo una chispa en medio de lo infinito, polvo de estrellas. Es una pena que la mayoría de los seres humanos no tenga una idea clara de que nuestro planeta con toda su historia, sus personajes, sus guerras, sus fronteras, sus idiomas, corresponde a un punto menos que minúsculo entre trillones y trillones de estrellas. Las diversas religiones son coincidencias geográficas, nuestro credo depende del país donde nacemos. Respeto el hecho de que haya doscientos millones de budistas en el mundo y bien quisiera, a pesar de mis dudas, imaginar la seductora realidad de la reencarnación. Recuerdo a Montaigne: “¿Filosofar es aprender a morir?”. Creo que uno no aprende a morir, lo hacemos desde el mismo momento en que nacemos, es una cuenta regresiva. (O)