Tuve la oportunidad de volver a recorrer la ciudad de Esmeraldas y sus alrededores, observar sus potencialidades y soñar con lo más grande que puede ser. El amanecer me sorprende con un verdor y fertilidad de los campos impresionantes, ríos caudalosos, letreros que mencionan la compra de productos agropecuarios, cacao, maíz, maracuyá... Sobre el lado derecho del vehículo miro un alegre, pacífico y ancho río que me dice que estamos entrando a la ciudad capital. Río que tiene la misma personalidad de los hombres y mujeres de Esmeraldas: alegres, pacíficos y de ancho corazón.
La gastronomía tiene delicioso sabor, mezcla de mar y campo, no se puede pasar por Esmeraldas sin probar un tapao, encocao, etcétera; recorrer el renovado sector de Las Palmas que ahora es sitio de esparcimiento y cultura, ver desde Tachina el estuario del río Esmeraldas. La ciudad de Esmeraldas y la provincia en sí tienen enorme potencialidad en turismo, en todas sus facetas, por citar, paseos navegables hasta el estuario, platos típicos, observar la calidad de los suelos con vocación agropecuaria, además de un novedoso desarrollo agropecuario.
Solo basta un minuto para entablar amistad sincera con la gente... El esmeraldeño puede reorientar su capacidad empresarial nata en grande, analizar todo lo que tiene; volverse, más, la provincia que merece ser después que sufrió el terremoto (6 de abril de 2016), tiene la potencialidad para ser un pueblo de vanguardia. Durante mi estadía, pude saludar a cantautores, escritores, jóvenes emprendedores, periodistas, agricultores..., todos ellos con renovadas e interesantes formas de ver la vida. El corazón del esmeraldeño vuelve a enardecerse para llevar a su provincia y al Ecuador más allá de lo imaginado. “Quiera Dios que el calor de mi sangre que se derramará en el patíbulo, enardezca el corazón de los buenos ecuatorianos y salven a nuestro pueblo”, Crnel. Luis Vargas Torres (marzo de 1887). (O)
Pedro Jijón Ochoa, Guayaquil