Como signo prometedor de movilidad económica intergeneracional, el acceso a la educación en América Latina y el Caribe creció a pasos agigantados en las últimas décadas; de hecho, más que en cualquier otra región. Hoy en día los jóvenes, en comparación con sus padres, asisten a la escuela por más tiempo y por ende son más educados y proclives a tener un mayor ingreso.

Sin embargo, este supuesto avance choca con el contexto de la sociedad y la generación en la que viven. Los jóvenes que nacen de los padres menos educados de América Latina siguen siendo mucho más propensos a convertirse en los menos educados entre sus pares.

¿Cuál es la razón principal detrás de esta situación única? En pocas palabras: la desigualdad.

En las últimas décadas, un mayor número de estudiantes, más allá de su origen socioeconómico, accedió a una educación. Pero la calidad de la misma sigue siendo escasa, particularmente para aquellos en el fondo de la escala social y, por tanto, sus probabilidades de ascender también son escasas.

En un mundo ideal, en donde todos los jóvenes tuviesen las mismas oportunidades, todos deberían tener la posibilidad de mejorar su situación socioeconómica, más allá del estatus inicial. Pero en América Latina y el Caribe, de acuerdo a una nueva investigación del Banco Mundial publicada para celebrar el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, las probabilidades de ascender en la mayoría de los países de la región son mucho más bajas que entre los jóvenes de otras regiones.

Aquí es importante ubicar nuestros nuevos hallazgos en perspectiva. América Latina y el Caribe logró una enorme transformación social desde principios de siglo. La pobreza extrema se redujo a la mitad y las filas de la clase media superaron las de los pobres. Nuestra preocupación ahora es que desde 2015 dichos avances se han estancado. Y si bien no han retrocedido es crucial entender qué se necesita para consolidarlos.

En las últimas décadas, un mayor número de estudiantes, más allá de su origen socioeconómico, accedió a una educación. Pero la calidad de la misma sigue siendo escasa, particularmente para aquellos en el fondo de la escala social y, por tanto, sus probabilidades de ascender también son escasas.

Dos factores importantes emergen como cruciales para explicar la falta de movilidad social entre estudiantes pobres: su ingreso y origen étnico.

Entre niños de tres años, apenas la mitad de los que habitan los hogares más pobres asisten a la escuela. En los hogares más ricos, esa proporción es de 90 por ciento. Asimismo, el 20 por ciento de los jóvenes de 21 años de los hogares más pobres asiste a la escuela, mientras que esa misma proporción en los hogares más ricos es tres veces más elevada.

Otro obstáculo para la consolidación de la transformación social de nuestra región es la situación que enfrentan los grupos marginalizados, incluidas las comunidades indígenas. De acuerdo a nuestra investigación, una mayor tasa de pobreza se traduce en un menor acceso a la escolarización entre jóvenes indígenas.

A la hora de la movilidad social, América Latina y el Caribe ha avanzado significativamente en los últimos años. Al mismo tiempo, debemos centrar nuestros esfuerzos en ayudar a los menos afortunados. Solo entonces será nuestra región capaz de consolidar las conquistas sociales alcanzadas y avanzar aún más en reducir la pobreza y la desigualdad. (O)

* Vicepresidente del Banco Mundial para América Latina y el Caribe.