Aunque la última vez fue solo hace tres o cuatro meses, parece que fue hace una eternidad. En realidad, la última con credibilidad fue en diciembre de 2015 y desde entonces se ha librado una intensa lucha para que regresen. Y lo hicieron. Pero de la peor manera. Regresaron para dividir. Para entorpecer. Para desmotivar. Propósito contrario para el que las elecciones fueron pensadas dentro de la democracia.

Así, regresaron después de la más extraordinaria campaña de autodescrédito jamás ejecutada por una institución electoral: la elección de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), cuya realización terminó de sepultar la menguada credibilidad del Consejo Nacional Electoral (CNE), al registrar al final el segundo trimestre de 2017 la menor valoración de desempeño (solo 33% de evaluación positiva) de los últimos 15 años, según el seguimiento trimestral de la empresa especializada en estudios de mercado y opinión pública, Consultores 21.

Su actuación ha tenido efecto. Entre los electores identificados con la oposición la intención de participación es mucho menor que entre los identificados con el chavismo-madurismo. Así, mientras el 88% de estos afirman estar “seguros de ir a votar” en las elecciones de gobernadores del próximo 15 de octubre, los opositores “seguros de ir a votar” alcanzan el 70%, según los datos de la misma firma.

Así, mientras el chavismo parece movilizar cifras cercanas a su techo de apoyo electoral, los opositores se mueven dos o tres pisos por debajo de su potencial. Por lo que la abstención será determinante en las elecciones del domingo 15 de octubre. Cualquier cosa es posible, pues no hay fenómeno político peor comprendido que la abstención y nada es tan difícil de pronosticar como los niveles de participación electoral.

Si el próximo domingo la participación se mantiene por encima del 60%, la oposición podría ganar entre 16 y 19 gobernaciones. Y en la medida en que la cifra aumenta podría alcanzar hasta 21 gobernaciones.

La abstención tiene infinitos estratos y niveles. Primero están los abstencionistas “estructurales”, divididos a su vez en dos subtipos: los que tienen problemas “técnicos” con la institucionalidad (problemas en Registro Electoral, la rigidez de la normativa electoral para las inscripciones de votantes en el extranjero, por mencionar dos ejemplos) y los político-estructurales, quienes por consciente decisión (rechazo al sistema político y a la sociedad) deciden no participar. A este grupo también pertenecen los desinteresados estructurales, aquellos que sin críticas al sistema, sienten que los resultados no tendrán mayores repercusiones en su vida.

Luego están los abstencionistas coyunturales que cambian su conducta de un proceso electoral a otro. Ya sea que votan únicamente para elecciones presidenciales o que su principal motivación son los candidatos movilizándose solo cuando alguien lo “emociona”, independientemente del tipo de elección. Finalmente quienes se desmovilizan cuando un resultado anterior los ha decepcionado.

Cuando la abstención coyuntural es muy volátil los resultados son impredecibles. Mucho más cuando esta tiene efectos diferenciados entre grupos políticos o cuando los sistemas electorales están en procesos de transformación. Y estas dos condiciones están presentes en Venezuela.

En primer lugar, el esfuerzo institucional desplegado desde el Estado intenta desmotivar y promover la desmovilización y abstención entre los opositores.

En segundo lugar, es importante mencionar que el sistema electoral venezolano está en transformación. Y quizás el mejor indicador de este fenómeno es el cambio en la relación entre abstención y partidos políticos. Hasta el año 2012 la abstención estuvo íntimamente conectada con los votos obtenidos por el partido de gobierno (PSUV) y sus aliados, de forma tal que cuando la primera disminuía, la brecha a favor del PSUV aumentaba; y a la inversa. El ejemplo más claro sucedió entre las elecciones presidenciales de 2006 y el referéndum para la reforma de la Constitución del año 2007. En el primer evento la abstención se ubicó en 25% y el chavismo obtuvo su victoria más importante, con más del 60% de los votos. Doce meses después la abstención aumentó hasta alcanzar 44% y el chavismo perdió casi 3 millones de votos y conoció su primera derrota electoral a nivel nacional desde su llegada en 1998.

Pero desde el año 2013 el comportamiento de la abstención se invirtió para ahora vincularse a la alianza opositora MUD. Así, todo indica que si el próximo domingo la participación se mantiene por encima del 60%, la oposición podría ganar entre 16 y 19 gobernaciones. Y en la medida en que la cifra aumenta podría alcanzar hasta 21 gobernaciones.

Pero la abstención es uno de los fenómenos políticos peor comprendidos. (O)