La consulta que convocaría el presidente de la República ha despertado un entusiasmo que llega al apasionamiento. Para algunas personas se ha convertido en la varita mágica que haría aparecer los conejos que dejó ocultos el correato. En la cabeza de quienes la ven como la única alternativa, aparece como la pomada que curará todos los males y abrirá las anchas puertas de la democracia, las libertades y la institucionalización. Tanto es así que la discusión se centra en su contenido, en las preguntas que deberían formularse sin pensar previamente en su conveniencia, ni en las posibilidades reales de triunfo y mucho menos en los aspectos prácticos de la campaña. Estos temas –conveniencia, posibles resultados y campaña– son elementos clave que se deben considerar antes de emprender en cualquier acción política, mucho más en una de esta naturaleza.

Para evaluar la conveniencia es preciso definir claramente el punto al que se pretende llegar. Por lo visto, el gran objetivo es el desmontaje del régimen armado durante el correato. Pero esa es una tarea demasiado amplia, que requiere mucho tiempo y un sinnúmero de acciones que no caben dentro de una sola consulta (a menos que se preguntara por la instalación de una Constituyente, que no parece ser la opción actual). Seguramente dirán que la consulta es el primer paso de ese largo camino y que establecerá las condiciones para posteriores reformas. Sí, puede ser, pero también hay que considerar los factores que pueden hacer que el paso sea en falso. Uno de esos factores es el carácter inevitablemente polarizador que tienen las consultas, ya que definen ganadores y perdedores absolutos sin términos medios. Por tanto, podría profundizar la confrontación, que es el ambiente en que el correísmo se mueve como pez en el agua. De ser así, podría ahondar mucho más la brecha actual e, independientemente del resultado, dejaría un país dividido con escasa viabilidad para las siguientes reformas.

En cuanto a los resultados, los expertos electorales siempre aconsejan considerar al peor escenario como el más probable. Pero, según se puede ver, los entusiastas de la consulta desoyen ese consejo y parece que dan por hecho el triunfo. Buena parte de ese optimismo se basa en los altos niveles de aprobación del presidente Moreno, sin recordar que la opinión favorable y los buenos sentimientos jamás se convierten directa y automáticamente en votos contantes y sonantes. Sin ir muy lejos, cabe recordar que Correa estuvo a punto de perder la última consulta cuando contaba con alrededor del setenta por ciento de aprobación. Harían bien en prever las consecuencias que tendría una derrota, aunque fuera en una sola pregunta, especialmente en la referida a la reelección indefinida.

Finalmente, no les haría mal pensar en que la campaña colocaría a un sector variopinto y heterogéneo frente a una maquinaria electoral bien aceitada, que está afirmada sobre un voto duro nada despreciable. Deberían recordar que una consulta puede definirse por un solo voto. Harían bien en captar el mensaje que surge del silencio del correísmo. (O)