Dicen personas identificadas con la oposición al abuso correísta que el gobierno del presidente Lenín Moreno ha sido una “agradable sorpresa” porque, contra lo que se esperaba y se dijo en la campaña, el nuevo mandatario ha procurado desmarcarse del antecesor. Matizando la situación, digamos que ha sido una sorpresa solo a medias. Esto en dos sentidos. Uno, era previsible el alejamiento. El anterior presidente ha demostrado que su vanidad lo lleva hasta la deslealtad, quien no se sujeta a sus dictados está expuesto a los peores denuestos. La menor muestra de independencia por parte del sucesor desataría una andanada de epítetos que la herramienta Twitter potenciaría inmensamente. Esto estaba calculado, siempre habría algún gesto del que cogerse para romper con el nuevo jefe de Estado. Correa no buscó la reelección porque la necesidad de un ajuste severo era evidente, incluso para alguien con tan poca visión económica como él. Que otro se haga cargo del muerto, debe haber pensado, no importa si es alguien de mi propio partido. Él levantará la bandera antiajuste y con ella hará la campaña en 2021, o antes, si es del caso, y volverá a su museo de Carondelet. Por eso, en su momento, dijimos “déjenlo reelegirse” para ver qué hace.

Por otra parte, Moreno siempre tuvo agenda propia. En momentos en los que el antecesor disfrutaba de una popularidad en torno al setenta por ciento, nivel no alcanzado por ningún otro presidente, el vicepresidente Lenín tenía un insólito noventa por ciento. Aprovechar esa inusitada aprobación era algo que cualquier político habría pensado. Lo sabían en Carondelet, con el consiguiente desate de celos y desconfianza. En el Lejano Oriente los padrinos preferían como candidato a Glas, pero les demostraron que no le ganaba en las urnas ni a su papá, además siendo vice podía llegar al sillón de Rocafuerte una vez defenestrado Moreno, luego de masivas movilizaciones contra el inevitable e impopular ajuste. El plan era obvio.

Algo de verdad hay en que Lenín ganó gracias al apoyo de Alianza PAIS, pero más cierto es que ningún otro candidato de ese partido se habría impuesto en una elección tan reñida como la que se dio. ¿Podría Glas? ¿O alguna de las inquietas chicas legisladoras? No, nunca. Entonces lo que había que hacer era dejarlo ganar, pero maniatarlo con un congreso obsecuente, ministros alineados, consejos de participación y jueces cumplidores. Para escapar de tales trampas hay que ser un Houdini político, provisto de gran habilidad y paciencia. Esta situación explica el aspecto dos de la “sorpresa a medias”, los pasos que da son cortos, con pies de plomo, como si caminase sobre huevos. Aunque se entiende que el presidente no puede lanzarse alocadamente contra los barrotes de la jaula apestista, esta parsimonia desespera a muchos, sobre todo a la economía, cuyas rígidas realidades no esperan a tanta sutileza. Por fortuna, el destape de la sentina de corrupción que se produjo desde el exterior, le ha dado la oportunidad para acelerar el desmonte de la ergástula en que pretendieron encerrarlo. (O)