Sobre las fotos de una familia se sobreponen rótulos que describen la suerte de cada uno de los retratados. Todos murieron en la inaceptable tragedia de la Shoá, el holocausto judío, solo uno sobrevivió porque consiguió emigrar al Ecuador. Así se inicia Un país desconocido, el documental de Eva Zelig sobre el rescate de judíos en Ecuador. Unos pocos miles de hebreos consiguieron llegar a este país del que, a pesar de tratarse de un grupo en extremo culto, apenas habían oído hablar, alguno sabía qué era el Chimborazo, pero no faltaban los que situaban a esta república de nombre ambiguo en África. El gobierno central y la cúpula diplomática no eran muy favorables a esta inmigración. Con todo, fue uno de los pocos países del mundo que no pusieron cuotas, limitándose a imponer el pago de cinco mil dólares por visa, una cantidad entonces muy respetable y fuera del alcance de la mayor parte de fugitivos. También se exigía que los que llegaban sean técnicos o agricultores, no comerciantes.

Pero ¿qué aconteció en los hechos? Muchos de los cónsules ecuatorianos se saltaron las disposiciones del Gobierno, cobraban ecuatorianamente “lo que buenamente pueda” y no tenían problema en etiquetar de agricultor o técnico a todos los migrantes. Algunos vinieron “tecnificándose” en los buques. Con conocimiento o sin él algunos sí se dedicaron a la agricultura, campo en el que dejaron imborrables huellas. Pero no se trataba de un grupo impreparado, todo lo contrario, viendo el excelente documental de Zelig, uno no puede menos que lamentar que no hubiesen venido muchísimos judíos más. Llegaron llenos de conocimientos sobre técnica, artes, cultura... es impresionante el aporte que realizaron. Panaderías y grandes laboratorios, la más avanzada radiotecnología junto con la música selecta y la literatura europea; recio trabajo agrícola a la par de minuciosa relojería; la lavandería en seco frente a enormes siderúrgicas. En fin, muchas de las cosas y servicios que hoy los damos por sentado se conocieron por primera vez gracias a los emigrantes judíos, cuya presencia ha sido uno de los factores más importantes de modernización.

Un país desconocido también me deja una lección sobre el Ecuador: este es un país radicalmente hospitalario, abierto y generoso. Hay que averiguar quiénes fueron esos cónsules que favorecieron a los refugiados y honrarlos. En primer lugar, claro, estará Antonio Muñoz Borrero, el cónsul en Estocolmo, que facilitó, a su riesgo, pasaportes a judíos. Era un procedimiento de dudosa legalidad pero justo, un acto de ética activa que sin embargo determinó que se frustre la prometedora carrera diplomática de este cuencano. A su llegada, los fugitivos fueron recibidos con brazos abiertos, sin la menor discriminación, salvo raros excesos verbales de algunos trasnochados. Sin caer en el vicio del patriotismo, no puedo menos que sentirme orgulloso de esta historia. Sin quedarme en la complacencia con el pasado y me planteo, en el trato que damos a los actuales inmigrantes cubanos, venezolanos y africanos, ¿estamos haciendo honor a nuestra luminosa tradición de hospitalidad humanitaria? (O)