La Constitución de Montecristi declaró al Ecuador “país libre de semillas y cultivos transgénicos”, acogiendo la preocupación de sectores campesinos, ambientalistas y ciudadanos frente a la eventualidad del cultivo de productos agrícolas genéticamente modificados y sus posibles efectos adversos en la salud, la biodiversidad y sistemas productivos tradicionales. Impulsar la agroecología, la conservación y mejoramiento de nuestras especies nativas en la matriz productiva para garantizar soberanía alimentaria es la alternativa planteada al país por estos colectivos sociales para continuar siendo territorio libre de transgénicos.

El proyecto de Ley de Agrodiversidad, Semillas y Fomento de la Agricultura Sustentable, aprobado por la Asamblea Nacional el 1 de junio, deja abierta la posibilidad para el ingreso de semillas transgénicas con fines investigativos, como argumentan los proponentes de la ley frente a quienes esgrimen que no hay justificación para esta reforma. Ciertamente la Biotecnología per se no es mala y puede constituirse en un poderoso aliado para fortalecer la agricultura ecuatoriana, como ejemplo está el descubrimiento de diferentes variedades de híbridos para diversos tipos de cultivos, las investigaciones que permitieron desarrollar clones resistentes a la sigatoka negra en el caso del banano y para incrementar la productividad del cacao fino de aroma, realizada por científicos ecuatorianos con especies nativas; éxitos que hacen ver la necesidad de crear un centro de investigaciones biotecnológicas de alto nivel con énfasis en la agroindustria y biomedicina para sembrar innovación, a través de la investigación y transferencia tecnológica con una metodología propia, acorde con las necesidades del país.

Los mejores custodios de nuestro banco de semillas son los campesinos ecuatorianos que practican una agricultura familiar sustentable, con técnicas amigables con la naturaleza; este modelo comunitario sigue siendo la forma predominante en la producción de alimentos a nivel mundial y contribuye a mantener la biodiversidad agrícola del planeta, como lo refiere la ONU. Esto no excluye acciones dinamizadoras que mejoren su eficiencia y productividad. La agricultura intensiva a gran escala, que hace uso a ultranza de la ingeniería genética, representa la supremacía del capital sobre la naturaleza, que se rebela a su manipulación para elaborar lucrativos paquetes tecnológicos, creando mercados cautivos que producen grandes ganancias. (O)

Guillermo Zambrano Mohauad, estudiante de Economía de la Espol, Guayaquil