Lenín Moreno ha repetido ya en muchas ocasiones que su estilo será diferente al de Rafael Correa. Más allá de insistir en la idea de la mano tendida y de que viene otra época para el Ecuador, no sabemos bien en qué puede consistir ni las implicaciones y alcances del nuevo estilo.

Los más escépticos creen que el cambio de estilo es una concesión menor de Alianza PAIS frente a los giros urgentes que se requieren para salir del modelo autoritario de la revolución ciudadana. ¿De qué sirve una persona amable, que no insultará a sus rivales, si las instituciones del sistema político –todas, sin excepción– seguirán controladas por personajes entregados al correísmo? ¿De qué servirá un presidente bonachón si en su gabinete estarán –según se anticipa– personajes de una militancia ideológica esencialista y dogmática, que encarnan no la apertura sino la intransigencia política? ¿Qué nos garantizará elecciones limpias, transparentes, si en el Consejo Nacional Electoral seguirá el mismo señor Pozo? Más aún, ¿de qué cambio de época habla Moreno si tiene como vicepresidente nada más y nada menos que a Jorge Glas? Los escépticos tienen razón de poner en duda la importancia del cambio de estilo cuando se limita a las maneras personales pero no a una reorientación de políticas ni a una reforma que desmonte el autoritarismo institucionalizado. En estos días de transición hemos visto cómo el nuevo Gobierno hereda un aparato gubernamental perfectamente montado, que incluye enroques estratégicos de personajes muy conocidos. Por ejemplo, el jefe de seguridad del aparato autoritario será presidente de la Asamblea Nacional. ¡De espanto!

El cambio de estilo de Moreno se dirimirá en dos escenarios: hacia dentro de Alianza PAIS, donde las presiones por la continuidad serán mucho más fuertes que las posibilidades de cambio; y hacia la sociedad, de donde surgirán las mayores demandas de giros. Se dilucidará entre la continuidad ideológica y los afanes de profundizar la revolución ciudadana –allí están las 12 nuevas revoluciones que propone el plan de gobierno– y la mano tendida hacia la sociedad anunciada por Moreno.

En el contexto de la transición, el cambio de estilo supondría reemplazar la confrontación como eje de la dinámica política por la concertación. Si ese cambio de estilo se da, pues bienvenido, implicará abandonar el antagonismo y la lógica amigos / enemigos por una visión más compleja y plural de la realidad. Sospecho, sin embargo, que en ese terreno Moreno tendrá oposiciones desde adentro del movimiento, de los correístas y los socialistas del siglo XXI. Si el cambio de estilo implica tender puentes y abrir el diálogo con la sociedad, pues tendrá que sentarse a negociar una amplia agenda de reformas con todos aquellos sectores –la lista es larga– a quienes la revolución impuso a patadas sus orientaciones de política pública. Allí hay un germen de conflictividad enorme para el nuevo Gobierno. Abrirse al diálogo llevará a tocar un nervio sensible de la transición: el legado del correísmo, que es, como hemos podido palpar, incuestionable e intocable.

El cambio de estilo, como se puede ver, tiene dos rostros: uno inofensivo, solo de fachada para que todo siga igual, y otro sumamente conflictivo, donde puede desatar chispas hacia adentro de Alianza PAIS y hacia fuera en la relación del nuevo gobierno con la sociedad. ¿Importa el cambio de estilo? (O)